Para luchar contra la corrupción no bastan los colmillos bien afilados sino que, además, hacen falta garras y blanquillos bien puestos, con perdón de la expresión, pero atendiendo a que no hay otra forma de explicar con claridad cuánta falta hace esa voluntad política de enfrentar una estructura diseñada para alentar los negocios con el dinero del Estado. Nuestras instituciones de fiscalización nunca han tenido dientes, no digamos colmillos, y ahora la titular de la Contraloría de Cuentas dice que la iniciativa presentada por el Gobierno pretende dejar a la institución con dientes de cartón, es decir, sin fuerza alguna para luchar contra el mayor monstruo del país.
Ayer dijimos que veíamos en la iniciativa un gallo gallina porque no va a fondo en la lucha contra las conocidas mañas que merman la capacidad del Estado para actuar. Sostenemos que la corrupción en un país con los niveles de pobreza e ineficiencia de Guatemala es un crimen de lesa humanidad porque no sólo resta oportunidades a nuestra gente, sino que, además, literalmente cobra vidas, muchas más anualmente de las que se perdieron en el conflicto armado interno. Pero son vidas que se pierden en forma silenciosa, paso a paso y sin un sobresalto que nos haga recapacitar ni nos sacuda la conciencia como lo hicieron las masacres cometidas contra nuestro pueblo.
Ante esa realidad, incuestionable y absolutamente demostrable, es inaudito que haya posturas de medias tintas, posturas gallo gallina que pretenden apañar la corrupción e institucionalizarla, como están haciendo con la regulación de los fideicomisos.
La transformación más grande que requiere Guatemala es justamente la del combate a la corrupción y es este el momento de entrarle. Hemos aplaudido y reconocido que el gobierno actual tuvo la entereza de destapar un tema puntual en el combate al narcotráfico con su iniciativa de despenalización y hasta Estados Unidos ha tenido que reconocer la justicia del reclamo que se hace en estos países. Pues con igual determinación hay que ver que es momento de hacer cambios, de pasar de la retórica a los hechos y asumir que, aun con las dificultades que significa romper el modelo, no queda otro remedio.
Ciertamente en un país donde todo se mueve al ritmo de las mordidas y comisiones, parar abruptamente el negocio ilícito puede tener repercusiones muy serias en toda la economía porque buena parte de ella se nutre de esos trinquetes que mantienen a muchísimas empresas. Pero el costo de no hacer nada es lo que decimos arriba, o sea es un costo de muerte y de pérdida de oportunidades. La disyuntiva está planteada y corresponde al gobernante tomar las decisiones.
Minutero:
Con los dientes de cartón
seguirá la corrupción;
que demuestren los blanquillos
para sacar los colmillos