La actividad nacional baja notablemente en estos días previos al fin de año y es común ver que las empresas y aun las dependencias estatales o entran de vacaciones o reducen su funcionamiento al mínimo. Entre convivios y feriados, lo que nos queda del año 2006 es realmente poco productivo según lo que se ha vuelto ya una tradición en el medio. Sin embargo, pienso que este período de calma y de actividades reducidas no puede ni debe ser simplemente de ocio, puesto que vivimos en un país en el que prácticamente todo está por hacerse y por ello es momento propicio para una reflexión sobre lo que es nuestro papel individual, nuestro rol en la familia y, sobre todo, nuestro compromiso social.
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No nos gusta asumir compromisos porque, como vulgarmente decía hace algunos años un buen amigo, el que se compromete el dedo se mete. Y esa actitud se generaliza muchas veces y por ello colectivamente somos un pueblo que no asume responsabilidades ni se decide a formar parte del esfuerzo por construir una sociedad diferente que sea capaz, cuando menos, de asegurar oportunidades para todos.
Claro está que es más cómodo ahora bajar el ritmo de la actividad y dejarnos llevar por la corriente que apunta al ocio y el descanso que, además, todos merecemos después de un año de ajetreo. Pero cuando volvemos la vista al país y sus necesidades, tenemos que entender que nuestra generación y las que vienen no pueden darse muchos lujos en ese sentido y que hace falta que constantemente repasemos nuestra realidad para ver qué más podemos hacer y cómo debemos asumir nuestros compromisos. No todos tenemos aptitudes ni inclinación a la política, pero la vida en sociedad demanda que cada quien contribuya a solucionar, desde sus respectivos campos de acción, los grandes problemas que se convierten en freno para el desarrollo del país.
Cuando vemos, por ejemplo, que naciones como Panamá o Costa Rica, en nuestra región y con muchas similitudes a Guatemala en varios aspectos, logran crecimientos sostenidos de su producto interno bruto muy superior al crecimiento poblacional y nos damos cuenta que el nuestro es más bien pírrico, tenemos que entender que la condición de estado fallido que muestra el país no se limita simplemente al tema de la ingobernabilidad sino que se refleja en esa ausencia de políticas públicas de desarrollo que sean permanentes y de largo plazo.
Vivir en Guatemala se convierte muchas veces en un irla pasando, en conformarnos con la sobrevivencia sin imponernos retos y desafíos para producir los cambios que nos saquen de esa especie de letargo colectivo. Y es que si al pobre crecimiento de nuestra economía sumamos que ello ocurre en el marco de una absoluta inequidad, porque después de Brasil somos el país de América Latina con mayor desigualdad social, podemos concluir que para la mayoría de guatemaltecos la vida ofrece pocas oportunidades.
Hoy mismo nos impacta la noticia del aumento generalizado de precios en la canasta básica mientras que en el tema del salario la falta de acuerdo (que es natural en nuestro medio) se traduce en inmovilidad de los ingresos familiares. Y vemos que el costo de vida sube sin que incrementen los sueldos, lo que significa que merma en la calidad de vida de muchos guatemaltecos que no tienen otro remedio que reducir sus gastos vitales. En medio de esas realidades no puede uno encontrar paz y tranquilidad para el ocio porque el reto está allí y la necesidad de comprometernos es evidente.