Dí­a del Periodista


El dí­a que tuviéramos que celebrar el Dí­a del Periodista en medio de agasajos y el beneplácito de quienes detentan el poder, seguramente serí­a la fecha en la que se deberí­a reconocer que el gremio, en su conjunto, ha claudicado y que dejó de cumplir con su función. Y no es que la misión del periodista sea criticarlos, sino simplemente que es un hecho comprobado que la simple publicación de los sucesos como son y no como los ven los funcionarios, genera un malestar profundo y resentimiento que se manifiesta de muchas maneras.


Cuando los polí­ticos están en la llanura, los periodistas son sus mejores amigos y les buscan con afán para que den cobertura a los actos. Lo que en esas circunstancias se publica y que molesta a los de turno, es aplaudido por los de la llanura que alaban la «objetividad, imparcialidad y profesionalismo» de la prensa que no se vende. Pero todos, sin ninguna excepción, cuando llegan al poder, cambian radicalmente su enfoque y empiezan a ver en todas las publicaciones mala intención, ganas de fregar y animadversión de la prensa.

Es este un buen dí­a para reflexionar sobre nuestra profesión y ese fenómeno que se repite cada vez que alguien asume el poder porque se trata de una constante propia, indudablemente, de la naturaleza humana. Aquellos polí­ticos que aplaudí­an la forma en que la prensa divulgaba los hechos de corrupción en gobiernos anteriores, al llegar al poder sienten que las publicaciones son de mala leche, respondiendo a perversas intenciones sin acordarse de cómo ellos celebraban y aplaudí­an idénticas noticias y enfoques cuando eran otros los que gobernaban.

Los peores en todo esto son los mismos periodistas que, nombrados para un cargo público y al servicio de los gobernantes, no sólo despotrican contra sus antiguos colegas, sino que traicionan sus pasadas convicciones. Del polí­tico uno sabe que vendrá esa metamorfosis porque cuando se acostumbran a la frase lambiscona que les elogia hasta los defectos, no pueden entender cómo alguien ose criticarlos. Aparte son esos «periodistas» que pasan a mamar de la ubre del Estado y se convierten en los censores de la prensa, especialmente con el control de las pautas publicitarias, quienes sepa Dios cómo celebrarán este dí­a a sabiendas de que tienen que armarse a como dé lugar porque su comportamiento les aleja de la profesión que antaño ejercieron.

Un año más, de los muchos dedicados a este oficio, nos permite afirmar que nada hay nuevo bajo el sol. Sufrimos los mismos resquemores de antaño y vivimos con las mismas satisfacciones de siempre. Los que hoy están y se sienten poderosos, tarde o temprano bajarán del zapotal y, aunque millonarios, dejarán de ser lo que son mientras el odiado periodista estará siempre allí­.