DEUDOS DE FALLECIDOS Y SOBREVIVIENTES DE EXPLOSIí“N EN BUS, CLAMAN POR JUSTICIA


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El aparato de justicia tiene en sus manos las herramientas que ayuden al dolor de las ví­ctimas.

Sus vidas se enlazaron a partir del 3 de enero de 2011, cuando esperaban en la morgue el cadáver de un familiar, o se recuperaban en un hospital por las quemaduras que causó el atentado con una bomba incendiaria en un bus de las Rutas Quetzal.  Los deudos de las ví­ctimas carbonizadas y los sobrevivientes de ese ataque saben que su vida nunca será la misma porque, de manera abrupta, les arrebataron a sus seres queridos o forzosamente cambiaron lo que usualmente hací­an, por las secuelas del hecho.  A una sola voz, exigen que se aplique una “sentencia ejemplar” para los pandilleros y cómplices que planificaron y ejecutaron el delito.

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POR MARIELA CASTAí‘í“N
mcastanon@lahora.com.gt

El suceso lo recuerda toda una sociedad, pero no se compara con lo que cada deudo y sobreviviente siente, cuando retrocede al episodio más cruel de los primeros dí­as de enero: la detonación de un explosivo que destrozó a decenas de personas fí­sica y psicológicamente.

Revivir el instante, las imágenes, los olores, causan una regresión dura a ese momento; la mayorí­a de familiares y testigos no han logrado superarlo, a pesar de que ha pasado prácticamente un año de los acontecimientos.

Ninguno de los afectados entrevistados recibió tratamiento psicológico, coinciden en que tampoco recibieron ayuda de funcionarios como el vicepresidente Rafael Espada, que en su momento ofreció su apoyo frente a los medios de comunicación.

El único consuelo lo encontraron en su propia fe, aunque “el camino ha sido difí­cil de recorrer”.  Hubo intentos de suicidio, pretensiones de matar a quienes cometieron ese crimen, crisis nerviosa que casi se convierte en locura.

Los grupos delictivos, no conformes con asesinar a nueve personas, continuaron extorsionando a los heridos, sobrevivientes y deudos. También exigieron desistir del proceso judicial que sindica a Gustavo Adolfo Pirir Garcí­a, alias “el Hammer”; Eulogio Onelio Orozco Escobar, alias “Spawn”; Doménica Isabel Carrera Hernández, alias “la Paquetona” y su abuela Isabel de la Cruz Cabrera, así­ como a Danilo Pérez Rodrí­guez.  

Hace algunos meses, fueron absueltos los socios de las Rutas Quetzal, sindicados en este caso. El piloto y ayudante no fueron detenidos, a pesar de que habí­a sospechas de complicidad con los pandilleros.

Los familiares de los fallecidos saben que no podrán ver nuevamente a sus seres queridos, por eso conservan el último recuerdo en vida de aquellos que abordaron el bus y nunca regresaron.  En memoria de las ví­ctimas mortales, estas personas esperan “una sentencia ejemplar”, que permita que nunca más se repita un crimen de este tipo.

“ROMPí LA TUMBA DE MIS HIJOS”

Jorge Efraí­n Cac Gutiérrez, está vivo y con una fe que parece inquebrantable, a pesar de perder fí­sicamente a su esposa Alicia Zacarí­as Pérez, y a sus tres hijos: Nury, Daniel y Jorge.

La experiencia y la crisis ha sido difí­cil de sobrellevar.  Llegó al punto de romper la tumba de sus hijos, de provocar a un grupo de delincuentes para que lo mataran, e intentar asesinar en las diligencias del proceso judicial a las dos mujeres sindicadas por este caso.

“Yo me sentí­a loco y destrozado, llegaba a las doce de la noche a buscar a mis hijos en el cementerio, me sentaba encima de la tumba, aquella ansiedad por verlos.  Llegué al punto de romper la tumba de mis hijos, querí­a ver aunque sea sus huesos.  Me sentí­a atribulado, los buscaba en el baño, donde jugaban, en todas partes y no los encontraba”, dice Cac.

El entrevistado recuerda que hace cinco meses un grupo delictivo pretendí­a asaltarlo dentro del taxi que maneja, él buscaba que lo mataran para “reunirse con sus seres queridos”. Les decí­a a sus victimarios que llevaba una fuerte suma de dinero y para conseguir ese dinero tení­an que matarlo; uno de los delincuentes sintió compasión por él al identificarlo, no efectuaron el crimen.

“En un momento de angustia dije: ‘hoy es el momento de morirme’. Unos ladrones se subieron al taxi, me dijeron que los llevara a la Comunidad, de repente me empezaron a maltratar por robarme.  Yo les dije que llevaba dinero pero lo tení­a bien escondido, que tení­an que matarme, me pusieron la escuadra en la cabeza; pero uno de ellos me conoció y me dijo: no, vos, no te puedo robar, no te puedo matar, ya sufriste bastante, yo no te puedo hacer más daño.  Seguí­ adelante, no tengo dinero para pagarte pero llevame a mi casa y que te pague mi mujer”, relata el deudo.

Jorge Cac se aferra a su fe, cree que las cosas suceden por la voluntad divina, pero también sabe que debe clamar por justicia y eso espera en este juicio.

“Yo espero que el juez que los juzgue –a los responsables–, tome en cuenta que Dios está peleando este juicio, no debe dejarlos en libertad porque hay pruebas suficientes.  A mí­ me duele lo que ellos hicieron, pero los perdono en nombre de Dios Todopoderoso, por eso me estoy sometiendo en ayuno y oración, pero claro está que Dios dejó la justicia”, concluye.

“MI CUERPO ARDIí“ EN LLAMAS”

Feliciano Woc, el predicador de la Plaza de la Constitución, fue uno de los sobrevivientes del ataque al bus, estuvo internado 22 dí­as en el hospital Roosevelt para recuperarse de las quemaduras, y de las fracturas en la claví­cula y cabeza.

Hasta hace dos meses empezó a sentir más fuerza fí­sica, sufre diabetes y la prescripción de insulina en el hospital causó algunos trastornos en su cuerpo.

“Hace como dos meses sentí­ más fuerzas en la mente y el cuerpo, pero los médicos me dijeron que todaví­a me falta.  En el hospital no lo tratan bien a uno, me descontrolaron la diabetes, porque me inyectaban insulina, antes yo solo controlaba el azúcar”, refiere.

La recuperación ha sido lenta y costosa, funcionarios como el Vicepresidente ofrecieron apoyar a las ví­ctimas del incidente, pero nunca concretaron la promesa.  La iglesia a la que pertenece Woc es la que principalmente le apoyó.

Don Feliciano dice que nunca ha sentido odio por los victimarios, porque su fe está puesta en el Creador, pero está consciente que la explosión cambió su vida y las de decenas de personas.  Esa experiencia nunca la olvidará, el impacto todaví­a le causa emotividad.

“Las personas se tiraban del bus porque sentí­an terror, el aire que halábamos era fuego y contaminación, nos asfixió…  Â¿Recuerda al marimbista que murió de último? Tení­a heridas internas por esa causa.  Yo sólo me recuerdo que ese dí­a mi cuerpo ardió en llamas”, dice.

“LE PIDO A DIOS Y A LOS JUECES JUSTICIA”

Una profunda depresión se percibe en Patricio Plata, el agente de la Policí­a Nacional Civil (PNC) que perdió a su esposa, Gladys Ordóñez, la mujer que describe como “una buena persona, esposa y madre”.  Ordóñez vino el 3 de enero a comprar los útiles escolares de sus hijos, acompañada de  su progenitor, regresaba a Ciudad Quetzal cuando sucedió este hecho.

Plata es padre y madre para sus cinco hijos, se levanta muy temprano y se acuesta tarde para realizar las labores domésticas, atiende las necesidades de sus hijos y trata que de acercarse más a ellos, sin embargo, para los adolescentes y niños, la situación no es sencilla, sobre todo para Lester, el niño de 13 años que vio morir quemada a su madre en el bus.

Sonrí­e constantemente, pero un cambio abrupto en la expresión de su rostro evidencia el dolor, cuando escucha hablar a su padre.  Un nudo se hace en su garganta, se voltea y no emite una sola palabra. No quiere hablar del tema.

“Ahora lo veo un poco mejor, estaba bastante mal y le doy gracias a Dios porque se ha recuperado.  Mi hijo ha sido fuerte, a pesar que lo vio todo, antes lloraba mucho” se limita a decir Plata.

El niño al igual que el resto de su familia no recibió ayuda psicológica por falta de recursos, abandonaron la escuela mientras se adaptan a una nueva vida.  La niña de un poco más de dos años llora y se queja, como si a través de esos sentimientos lograra decir que extraña a su madre.

La situación de Patricio es grave, el dolor y la sed de justicia invaden su corazón a cada instante.  Solicitó un permiso especial a los jefes de la subestación donde está asignado –lugar que ha pedido no revelar– para no tener contacto con delincuentes, pues admite que no quiere caer en una ilegalidad, porque no soporta a los grupos delictivos.

Los gastos familiares son muchos, alquila una casa por Q800 al mes, debe trabajar por sus hijos. Después de la tragedia funcionarios de gobierno y representantes de diferentes Ministerios le ofrecieron ayuda, ésta prácticamente no llegó.  Ahora Don Patricio agradecerí­a el apoyo de las instancias o personas, para que sus hijos obtengan una beca de estudios y puedan continuar preparándose.

Otra de las prioridades más importantes es la justicia por la muerte de su esposa y del resto de ví­ctimas.  Confí­a en la aplicación de justicia para los pandilleros que cometieron este crimen.

“Le pido a Dios justicia, que í‰l obre en la mente de todos los jueces, los fiscales que están al frente, y por medio de aquellas instituciones que agilizan el caso, para que se cumpla la ley.  Ojalá mañana todos sepamos que tenemos autoridades competentes que sí­ saben su trabajo y saben resolver los casos”, indica.

Plata al igual que al resto de ví­ctimas les preocupa que los sindicados de este caso queden libres, pues conocen de cerca la magnitud de los ilí­citos que cometen.

“Esas personas indeseables deben estar apartadas, porque nada más salen a hacerle maldad a las personas honestas y honradas como somos todo el pueblo de Guatemala, y le pedimos también a las autoridades que ingresaron que pongan su granito de arena, que no se olviden de este caso, de este sufrimiento”, concluye el entrevistado.

“TODAVíA ESTOY AFECTADO”

Catalino Ordóñez es padre de Gladys Ordóñez y otro de los sobrevivientes de la explosión.  Inicialmente rechazó compartir su experiencia con este vespertino, pero después consideró que tení­a que exponer su situación y unirse al clamor por alcanzar la anhelada justicia.

Catalino es un hombre de 68 años y tiene dos hijos menores de edad.  El problema auditivo que le causó la explosión le provoca constantes dolores de cabeza y cuello. También sufrió quemaduras y fracturas, no recibe tratamiento médico por falta de recursos y porque se aisló, no quiere abordar un bus.

El sexagenario se limita a decir a este vespertino: “todaví­a estoy muy afectado, porque los delincuentes siguieron molestando.  Mi vida cambió, ahora tengo que alquilar una casa por Q800 y me cuesta trabajar, me duele el oí­do, la cabeza y el brazo y sólo las pastillas de diclofenaco me quitan el malestar por ratos.  Le suplico a los jueces que no dejen salir a los que tiraron la bomba, esa gente es muy mala”, concluye.