Detener el tren y huir


El otro dí­a me encontré con una noticia que decí­a que los guatemaltecos, según una encuesta, se encontraban desencantados con la democracia, no creí­an en ella y, por tanto, se sentí­an insatisfechos. Las estadí­sticas mostraban que, dado ese sentimiento adverso, cerca del 50 por ciento de los encuestados eran favoritos con un golpe de Estado. No quiero discutir sobre la legitimidad de este extremo, pero parece evidente que la frustración sí­ se encuentra a flor de piel.

Eduardo Blandón

 Cómo no sentirse irritado con el sistema cuando para ser Presidente, por ejemplo, se deben gastar sumas ingentes de dinero porque, de lo contrario, cualquier candidato está llamado al fracaso absoluto y a la burla de la opinión pública por falta de «inteligencia polí­tica». En la democracia las cosas son así­, aquí­ no se trata de «meritocracia» o de virtudes polí­ticas o sociales, sino de quién pueda aportar más dinero en la campaña.

 Y esto no es privativo del Presidente. Nadie llega a ser diputado por su linda cara o por un trabajo social denodado en bienestar de la comunidad. Se necesitan padrinos de pisto para alcanzar la cumbre.  El poder no es gratuito, no hay almuerzo gratis, los candidatos tienen que invertir fuertemente y velar por el éxito de su empresa para, después, mediante triquiñuelas y fraudes, pagar la deuda.

Esta es la democracia que se nos impone y a la que nos invitan a votar cada cuatro años. La democracia que permite ser Presidente a cambio de suplicar al magnate de Miami campos pagados para salir en la televisión y la radio. Se necesitan los ruegos, los actos de humildad, la pleitesí­a y la medición de un obsequio (o su promesa) para que el millonario ceda sus favores. Sin el íngel protector, los candidatos saben que están fritos.

Cómo no frustrarse con la democracia cuando luego de ofrecer el oro y el moro en las campañas, los gobernantes no cumplen ni un tercio de sus promesas. Peor aún, no gobiernan para quien los eligió sino, por el contrario, para las clases bonitas, los adinerados, los blancos, los herederos del cielo (y de la tierra según ellos). Por eso todo el tiempo los polí­ticos hacen lo mismo: construyen pasos a desnivel, cuidan el asfalto, facilitan el tránsito y construyen cómodos aeropuertos. Los nenes piden atención y si no se les da, pegan el grito al cielo y se vuelven mariquitas de llanto interminable.

Es obvio que frente a todo esto uno quisiera una realidad distinta. Algo que pusiera el mundo al revés. La democracia es un sistema que sólo funciona para quienes lo disfrutan y se sienten cómodos. Los demás, ya podemos pedir que pare el tren y bajarnos rápido. Este mundo no nos pertenece y debemos estar dispuestos a darle la espalda y renunciar a él para siempre.