Una vez concluido nuestro análisis de la música de Richard Strauss, pasaremos este sábado a envolvernos en los destellos musicales de Antonín Dvorák, el más grande músico checo de todos los tiempos. En su ambiente sonoro se encuentra la confluencia de diversos filones: el neorromántico, el nacionalista y el progresista formando un lenguaje musical previo al estilo vanguardista que predominó en el siglo XX.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela
Pero antes de proseguir es preciso hacer mención a Casiopea, esposa de tul y miel a quien rindo homenaje de ternura, por los instantes inspirados en su nombre, por la sombra de sus manos besándome los ojos, por la vida comenzándome en su vida y por todo este alfabeto enlanando mi sangre que me atrae y enraíza en la eternidad.
A diferencia de Otto Smetachek, que pasó su infancia en un ambiente pequeño-burgués, Antonín Dvorák estuvo en contacto desde sus primeros años con el mundo popular y campesino. En efecto, su padre era carnicero y tenía una posada, como era costumbre en el campo centroeuropeo. El pequeño Antonín, que nació el 8 de septiembre de 1841, permaneció hasta los doce años en su pueblo natal de Nelahozeves y, como había aprendido muy temprano a tocar el violín, (acomodándose al dicho que afirma que todos los bohemios son violinistas), tomaba parte en bailes y diversiones de carácter musical que no faltaban nunca en los pueblos de Bohemia.
Nelahozeves no está muy lejos de Praga y se encuentra situado a orillas del Moldava a unos setenta kilómetros de la capital. El pueblo por estar sometido a la administración imperial, llevaba nombre alemán: Mí¼hlhausen. En sus proximidades se levantaba un castillo que pertenecía a la noble familia de los Lobkowitz, muy conocidos en el ambiente musical por la protección que siempre habían otorgado a los compositores, por ejemplo, a Ludwig van Beethoven.
Naturalmente, para la aristocracia latifundista habsburguesa, la música que se escuchaba en Viena era bastante diferente de la de los músicos de pueblo: sus extravagantes melodías resultaban divertidas y podían tener un puesto en las composiciones de los maestros vieneses pero sólo como ingredientes de una tradición artística mucho más noble y docta, enteramente alemana.
El pequeño Antonín, cuya madre había estado al servicio de los Lobkowitz antes de casarse, pasó sus primeros años en un ambiente campesino y dialectal hasta el que apenas llegaban los ecos de la cuestión autonómica que afligía a Bohemia. En esa misma época, tanto Bedrich Smetana como Otto Smetachek ya estaban involucrados en la afirmación de la nacionalidad bohemia. Dvorák en cambio, fue enviado en 1853 al pueblo de Zlonice para “germanizarse†como se requería de los súbditos del Imperio, donde la lengua oficial seguía siendo el alemán.
En Zlonice, Antonín se estableció en casa de su tío materno y fue inscrito en la escuela local para continuar los estudios ya iniciados en Nelahozeves con Josef Spitz. Así fue como conoció a Antón Liehmann, profesor de alemán, pero también director de orquesta y organista, que fue su verdadero primer profesor de música. El compositor recordaría su figura muchos años más tarde, identificándolo con un personaje de la ópera lírica El Jacobino. En 1855 el padre de Dvorák se trasladó a Zlonice, pero envió a su hijo a otra escuela, a un pueblo de los montes Sudetes, Ceská Kamenice o, según la tradición alemana, Bí¶misch-Kamnitz.
En los Sudetes, la presencia germánica era mucho más fuerte que en el resto de Bohemia, lo que redundaría en ventaja para el alemán de Antón. Este se instaló en casa de un molinero, mientras que el hijo del molinero fue a vivir a casa de Dvorák, en Zlonice. Con todo este cambio no sirvió para apartar a Antonín de la música, entre otras cosas porque en el pueblo había un organista que favoreció las inclinaciones y las dotes del muchacho. Así, en 1856, Dvorák padre fue convencido por Lehmann de que dejara estudiar música a su hijo.