Cualquier corriente de pensamiento siempre buscará el perfeccionamiento del sistema que desea implantar, es por esto que el mundo ha sufrido enfrentamientos armados -por motivos ideológicos-, en los que comúnmente se ha tratado de imponer el sistema de “libre mercado” o el de una “economía planificada”. En el caso de nuestro país, después de finalizar el conflicto armado interno, prevaleció el de “libre mercado”, puesto que, supuestamente cualquier individuo puede emprender en la rama productiva que más le parezca o dedicarse al sector con mayor rentabilidad.
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Hablar de competencia perfecta, es casi una utopía, es un ideal difícil de alcanzar, y talvez sólo algunos mercados específicos han logrado acercarse. Pero, lo que en realidad se aplica en la mayoría productos y economías que se determinan por el “libre mercado”, es la competencia monopolística, su diferencia radica en que los productos no son homogéneos y prevalece la innovación de estos para dominar esta estructura de mercado.
Quedarse anclado en la teoría económica no es el objetivo, el propósito es comparar esta con la realidad guatemalteca. Antes que nada, es preciso aclarar que el aplicar el concepto de competencia a cabalidad, es algo insensato, puesto que, nuestro país es de los más desiguales de la región y gran parte de sus habitantes viven en condiciones deplorables, razón que les impide desarrollarse en los distintos campos. Es decir, que el individualismo sería lo más apropiado, si y sólo si, tuviéramos similares oportunidades, obviamente la intención no es que todos se encuentren en las mismas condiciones, pero por lo menos, se pretende que la población no se muera de hambre, y en cambio tuviera una oportunidad adecuada de emprendimiento.
Dejando por un lado las limitantes de esta parte de la población que se encuentra excluida de la competencia del “libre mercado”, sería interesante responderse ¿Qué pasa con la otra parte que sí ha logrado incluirse?
No es un secreto, que muchas veces en nuestra economía y en otras alrededor del mundo, se realizan prácticas desleales, ocasionando así algunas distorsiones en el sistema. Esto se pone de manifiesto, cuando las personas que emprenden honestamente se topan con muchos obstáculos, mismos que dificultan la actividad productiva y dañan seriamente cualquier intento por propiciar una sana competencia que beneficie al consumidor. Lamentable es que supuestamente, le apostamos a una libre competencia, o por lo menos, bajo esa dinámica se intenta comportar el Estado guatemalteco, y en cambio el sistema se encuentra lleno de lo que algunos le llaman “fallas de mercado”.
En Guatemala se manifiestan muchas deslealtades en la competencia, y estas van desde dumpings hasta tráfico de influencias para conseguir licitaciones favorables, distorsionando muchas veces el sistema de precios y creando falsas expectativas en los agentes. También, es de conocimiento que los subsidios a ciertos sectores, han sido factor determinante en la degradación del servicio prestado, y en algunos casos estos dañan más de lo que puedan contribuir.
En resumen, la libre competencia en el país se aplica cuando conviene, y además de verse perjudicada por la burocracia existente, -que la mayoría de veces se convierte en una barrera a la inversión- se encuentra viciada. Sin duda que muchas industrias o sectores del país son “competitivos” pero a un alto precio, pues los subsidios representan un elevado costo para el país, es pertinente mencionar que los subsidios no se limitan a los aportes monetarios, sino también son todas las exenciones o costos que no son pagados por las empresas.
Entonces, ocurre que a la “libre competencia” se le han otorgado todas las facilidades para que funcione y remedie nuestros problemas, pero es evidente que no ha sido la solución.