En vísperas de un año más de la repudiable intervención extranjera e interrupción violenta de la primavera democrática, la lucha revolucionaria y popular, continúa.
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Si uno define y adopta posición sobre la situación nacional e internacional con base a lo que se informa u opina en la mayoría de medios del país, lo más seguro es que termine desorientado y confundido, se convierta en uno más de los muchos pesimistas o indiferentes que ya hay, en los furibundos y angustiados críticos que el poder dominante acicatea y estimula o acabe creyendo en lo que así se informa y opina y alineado a la información y opinión de los medios.
Lo que se lee o se escucha o se ve hay que leerlo o escucharlo o verlo en su contexto, antecedentes, continuidad y efectos, situación y condiciones. No hay que depender ni confiar en lo que en el texto se dice y asumir que lo que así se dice y comenta es, en realidad, lo que está pasando. De esta manera es como lo cotidiano se manipula y tergiversa, los acontecimientos se descontextualizan y el derecho a estar libre y objetivamente informados queda a discreción, lo asumen y deciden los dueños, los anunciantes, los editores y los redactores de los medios.
El peligro principal al que se expone el lector, el radioescucha o el televidente es que se le acostumbre a ver, explicar e interpretar el diario acontecer a la carrera y superficialmente.
Ante cada hecho, suceso, acontecimiento y lo que de ellos se informa y opina, hay que asumir una actitud crítica y no dejarse llevar por lo que interesadamente y a conveniencia del poder real o de los poderes paralelos, la Prensa -dizque independiente- recoge, magnifica, difunde y masifica. Lo que se informa y lo que se opina pasa a ser una mercancía más, que en una sociedad consumista encuentra un amplio mercado en que la oferta informativa y de opinión se impone a la legítima demanda de una información veraz y objetiva. í‰sta es una primera cuestión.
Una segunda, es que la información periodística y lo que en los medios se opina, en el caso de nuestro país, no es una fuente del todo confiable para darle seguimiento e interpretar, analizar y explicar lo que sucede a diario y, menos, para escribir la historia más reciente. La mejor fuente para conocer, estudiar, interpretar y explicar la historia de un país, de una región, de un continente y a nivel mundial está en los hechos, la situación, condiciones y momento en que ocurren, su secuencia, continuidad y desenvolvimiento, interrelación dialéctica y objetiva. No en lo que dicen quienes a su manera y conveniencia informan y comentan. La tradición oral misma, hay, igualmente, que contextualizarla y verificarla. Si no, su naturaleza, esencia y contenido se desvirtúan.
Sin ir muy lejos y, a manera de hipótesis, se puede decir que nuestra historia más reciente, está marcada por dos etapas diferenciadas y opuestas.
La primera, se da a lo largo de diez años (1944 – 1954) y se caracteriza por los cambios y transformaciones que para su momento y en las condiciones y situación del país así como internacionalmente era lo que se debía hacer a fin de sacar al país del subdesarrollo y atraso, las formas dictatoriales de gobernar y administrar la cosa pública, acabar con el ubiquismo y el continuismo de sus generales y hacer de Guatemala un país próspero y moderno, independiente y soberano, digno y respetado.
La segunda, comienza a partir de la interrupción violenta de aquél proceso emancipador y modernizante y que ha sumido al país en más de cinco décadas y media de atraso, dependencia y privilegios para un cada vez más reducido número de potentadas familias que detentan el poder real, acaparan la riqueza y han impuesto un sistema social, un modelo económico y una institucionalidad gubernamental a su interés y conveniencia.
A cargo de la mayoría de medios del país corre que sus lectores, radioescuchas o televidentes se hagan a la idea de que si algo hay que cambiar es para que todo siga igual. En ello reside su alineamiento e identificación con los intereses de los verdaderos y reales responsables de que nuestro país esté como está, después de estos aciagos años de nuestra historia más reciente.
Lo que sucede a partir de junio de 1954 no se puede caracterizar como una etapa de alternabilidad gubernamental. Es la continuidad de una vía violentamente impuesta y que en nada ha servido para que el país salga del atolladero en que desde entonces está. Son 56 años durante los que se ha ahondado y agravado la crisis que en lo económico, político, social e institucional ha hecho del país un país inviable.
Es, además, una prolongada etapa de ricas y valiosas, ilustrativas y aleccionadoras experiencias de lucha revolucionaria, popular y social a tener en cuenta y considerar crítica y autocráticamente, con objetividad y rigor científico, que es como corresponde interpretar, explicar y escribir nuestra historia más reciente. http://ricardorosalesroman.blogspot.com/