Despojo y destrucción de los recursos naturales (1 de 2)


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En escritos anteriores tuve la oportunidad de recordar a los lectores de La Hora sobre el libro “Un mundo feliz” del escritor inglés Aldous Huxley, nacido en Godalming, Condado de Surrey, Inglaterra, en 1894 y fallecido en 1963. En el libro, Huxley habla de América como un continente de reserva natural.

Roberto Arias


El punto aquí es que el libro habla de América como una reserva ecológica mundial y en la realidad contemporánea, América Latina se convirtió en eso, en una reserva para los países hegemónicos, quienes se dieron la libertad de explotar a su antojo esa reserva a partir de la Segunda Guerra Mundial, donde las leyes han sido hechas para dar la más amplia libertad de explotación a las compañías transnacionales de países industrializados, leyes por las que estas compañías han pagado fuertes sumas a los diputados, presidentes y demás personas de la más alta jerarquía en los gobiernos.
   
    Publicaciones registran que en el último decenio América Latina realizó el pasaje del Consenso de Washington, asentado sobre la valorización financiera y una política generalizada de privatizaciones, al Consenso de los Commodities (Materias primas), basado en la extracción y exportación de bienes primarios a gran escala, sin mayor valor agregado, hacia los países más poderosos. Al compás de una nueva división territorial y global del trabajo, el Consenso de los Commodities cerró la etapa del mero ajuste neoliberal y abrió a otro ciclo económico en América Latina, caracterizado por las altas tasas de crecimiento y las ventajas comparativas -que en líneas generales persisten, aún en el marco de la reciente crisis económica y financiera global-, gracias al boom en el precio de las materias primas. Esto lo aprovecharon en Guatemala, abusando de la impotencia de la población, Álvaro Arzú y Óscar Berger por medio de asesores vinculados con las fuerzas económicas de Guatemala y extranjeras, para vender los activos del país. Arzú sigue arrasando con la depredación y devastación de lo que pueda.
   
    Convertido en algo más que un orden económico, el Consenso de los Commodities fue definiendo un espacio de geometría variable, que habilita cierta flexibilidad -hasta donde la globalización lo permita- en cuanto al rol del Estado-nación, según las orientaciones político-ideológicas de los gobiernos, sobre la base común de un acuerdo acerca de lo que se entiende por Desarrollo (matriz productivista, modelo primario-exportador), así como de la aceptación acrítica del rol histórico asignado a América Latina (“sociedades exportadoras de Naturaleza”, como afirmó el venezolano Fernando Coronil).
   
    Sin embargo, por encima del discurso triunfalista y del retorno de una ideología desarrollista como gran relato, la contraparte de este proceso de adaptación de las economías latinoamericanas ha sido la creciente consolidación de un estilo de desarrollo extractivista, ligada a la sobreexplotación de recursos naturales no renovables y a la expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados como improductivos. El extractivismo resultante contribuyó a agravar aún más el patrón de distribución desigual de los conflictos sociales y ecológicos entre, por un lado, los países del centro y las potencias emergentes y, por otro lado, los países periféricos. En consecuencia, impacto socio ambiental mayor y explosión generalizada de la conflictividad, aparecen como rasgos inherentes a dicho estilo de desarrollo.