Los guatemaltecos lo único que sabemos con certeza es que vivimos en un país cuyo sistema parece no entender las necesidades de su gente, en el que la muerte es vista con normalidad, en el que nuestros niños nacen pobres y se morirán pobres porque hemos privilegiado la corrupción antes que la educación y la salud, negándole a nuestra gente oportunidades.
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Sabemos que la justicia es lenta, tardía y a veces no tan ciega, pero no conocemos los detalles de cómo y por qué sucede eso y tampoco conocemos los rostros de los pocos que manejan tras bambalinas el sector, haciendo casi imposible el trabajo del buen personal. Sabemos que en Guatemala funcionarios y contratistas se roban millones y no terminamos de saber a ciencia cierta cómo se planean los negocios que cambian de manos cada cuatro años. Vemos que en ocasiones caen peones de los trinquetes y casi nunca los capataces.
Sabemos que nuestra policía, tras su reciclaje, sigue siendo foco de desconfianza tirando por la borda la labor de los buenos policías. Estamos hartos de tener un Congreso que nos hace retroceder, que es el coliseo de los negocios y al que nadie, con conocimiento de causa, ha querido denunciar. Tampoco se nos dice cómo es que el perverso financiamiento electoral se traduce en eso, es decir, en representantes que llegan a cuidar o aumentar la milpa y así abundan ejemplos.
Por tanto, creo que el Presidente le hubiera hecho mejor al país si se hubiera dado a la tarea de explicarnos, con pelos y señales, ¿por qué estamos como estamos? Si el hombre “más poderoso” del país no quiere desnudar la realidad y mostrarnos las raíces de los problemas, ¿quién lo podrá hacer? Eso es la primera prueba de que el financiamiento de campaña aniquila cualquier intención de estadista que pueda tener un político para convertirlo en uno más del sistema.
Si algo saben hacer nuestras autoridades actuales es manejar inteligencia y hubieran podido hacer un esfuerzo por judicializar la información obtenida a través de ese mecanismo, porque ellos sí llegan a saber cómo se fraguan las cosas en el país. Lastimosamente se necesitaba voluntad y herramientas como la ley contra el enriquecimiento ilícito y el tráfico de influencias, pero no existe ni una ni otra.
Si yo hubiera sido Presidente me hubiera dedicado a desnudar al Estado, a sus componentes tanto del sector público como privado, para que una vez evidenciadas las carencias, pudiera respaldar y enfatizar dentro de la población la necesidad de cambio. Para ello tendría que haber dicho a los financistas y allegados, muchas gracias pero hasta aquí llegamos y de ahora en adelante todos bajo las mismas reglas, cosa que sabemos no ocurrirá jamás en las condiciones actuales.
Lastimosamente lo que tenemos es lo contrario. En lugar de desnudar, individualizar y judicializar, el Presidente fue a contratar a esa gente para que le hiciera el esquema para un negocio necesario, pero oscuro, luego contrató a otro para que lo defendiera y de ajuste, contrató para las reformas a muchos que ya habían estado y por tanto, sabían cómo entretener la nigua, cómo se mueven las Cortes, cómo lidiar con presiones de financistas y cómo lidiar con grupos oscuros.
Pensar que quienes han secuestrado el sistema lo liberarán por decreto es lo mismo que pretender que con leyes resolveremos la pobreza. Toda ley es estéril sin voluntad de cumplirla y aplicarla y las reformas primero debieron ser justificadas con hechos detallados para que a los ciudadanos nos permitan entender, sin dudas, que quien las propone entiende el juego y no solo está siendo utilizado para perpetuar los vicios. Tal y como está el financiamiento, lo mismo son 140 que 158 diputados.
Y otra vez, lastimosamente no solo debemos señalar a los políticos porque debemos reconocer nuestras complicidades sociales al ser incapaces como ciudadanos, primero de exigir que se llegue al fondo de los problemas y segundo, de ser cero tolerantes liderando con el ejemplo.