Desigualdad polí­tica


«Para acceder a los puestos de poder hay un estado de privilegio para los hombres heterosexuales de pelo corto con traje y no indí­genas.»

Rosalinda Hernández Alarcón

Ricardo Marroquin
rmarroquin@lahora.com.gt

En una entrevista la periodista Rosalinda Hernández Alarcón, de la publicación feminista La Cuerda, aseguró que en Guatemala, en cuanto al ejercicio del poder, existen privilegios para los hombres heterosexuales de pelo corto con traje y no indí­genas.

Rosalinda no se equivoca. En las últimas elecciones generales de 2003 los partidos polí­ticos que participaron en la contienda nos demostraron el nivel de exclusión y desigualdad que pueden promover para nuestro paí­s.

De acuerdo con las estadí­sticas del Tribunal Supremo Electoral durante las últimas elecciones los partidos polí­ticos presentaron más de 26 mil hombres como candidatos para los diferentes puestos de elección popular, mientras las mujeres no llegaron a las tres mil.

Los resultados coincidieron con la propuesta: sólo 14 mujeres fueron electas diputadas en un Congreso con 158 espacios y ocho lograron la silla edil de los 331 municipios en donde se realizó el proceso.

En cuanto a la participación como electoras los datos fueron igual de alarmantes. Según el último censo poblacional, más del 50% de la población en nuestro paí­s lo constituyen las mujeres, sin embargo formaron menos de la mitad de la población habilitada para emitir el voto.

Cuatro años después, en nuestras sextas elecciones generales en un supuesto perí­odo democrático, el panorama no ha tenido cambios sustanciales. Hasta el mes pasado, más de cuatro millones de hombres están empadronados y las mujeres apenas sobrepasan el millón.

Por mandato legal, los partidos polí­ticos son las instituciones encargadas de impulsar la participación ciudadana entre la población para la construcción de un verdadera democracia, pero se han quedado cortos en la tarea.

De las dictaduras militares pasamos a la dictadura del macho y de los grupos de poder tradicionales que no ceden espacios, ni siquiera para sus compañeras.

En su Enciclopedia de la Polí­tica, Rodrigo Borja asegura que la sustancia de la forma democrática de Estado es la participación popular. «La democracia es participación o no es democracia», asegura el académico ecuatoriano.

Para los sectores conservadores que aprecian la realidad bajo el análisis funcionalista en donde todo tiene una razón positiva de ser, en varios años se podrí­a lograr la plena inclusión polí­tica de la mujer.

Esta generación no puede esperar más. Veinte años de gobiernos civiles son suficientes para enmendar los errores. Las ventanas de participación que promueven actualmente los partidos polí­ticos no cambiarán la realidad en donde la agenda polí­tica de las féminas se queda en el tintero.

«Â¡Por la democracia en la cama y en la polí­tica!», fue una de las porras que un grupo de mujeres ofreció a la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, durante su visita a Guatemala. La mandataria propuso, ante la plana mayor de las mujeres de nuestro paí­s, una ley de cuotas que impulsara su inclusión polí­tica.

La iniciativa fue recibida con ovaciones y aplausos de cientos de mujeres. Hombres éramos muy pocos, pero también aplaudimos.