DESDE LA REDACCIí“N
Decía el pintor francés Eugí¨ne Delacroix que el hombre es un animal sociable que detesta a sus semejantes, y con una sentencia así no es muy difícil imaginarse a nuestra sociedad, más si le anexamos lo dicho por el escritor y ensayista inglés James A. Froude sobre la humanidad: los animales feroces no matan nunca por placer; sólo el hombre lo hace.
Es quizá una adhesión de frases mal intencionada, pero es una forma de encontrar en boca de gente que ha entendido su entorno y las bajas pasiones del ser humano y explicar cómo puede alguien destrozar el cuerpo de otro. El odio y la deshumanización nos está ganando la batalla en esta guerra donde cualquiera puede ser víctima sin siquiera buscarlo.
Resulta que los mismos periodistas nos vemos sumidos en un debate ético sobre tener o no qué publicar noticias espeluznantes que llegan todos los días a las redacciones. Sólo en este mes se reportó el crimen de tres mujeres ultimadas bajo similares características: miembros de sus cuerpos mutilados y esparcidos por distintas zonas; un profesor que estuvo en el lugar equivocado en el momento cuando una turba de reclusos lo tomó como rehén y fue sacrificado en circunstancias que ya todos conocemos y algo más reciente, para tres jóvenes el haber presenciado, sin querer, un asesinato fue excusa suficiente para desaparecerlos y matarlos con extrema violencia, uno de ellos con un prometedor futuro como violinista.
Con esas características es muy difícil hacer un cuadro alentador del país. Sobre todo cuando son escasos los esfuerzos mutuos para intentar cambiar ese panorama. Estamos llegando a un nivel en que terminar cada semana se convierte en un verdadero alivio, después que se han sorteado todos los peligros diarios. Esta violencia nos consume la voluntad, las ganas de hacer propuestas y nos convierte en seres paranoicos sin creatividad.
El perfil del guatemalteco con ánimos hinchados de nacionalismo y buenas intenciones está desapareciendo y cuando se quieren encontrar culpables nadie asume su responsabilidad. Se piensa de inmediato en el Estado incapaz y atorado de imperfecciones controlado por gente que al verse amarrada de manos prefiere seguir percibiendo sus «generosos» salarios por cumplir un rol transitorio y esperar que su tiempo se termine para pasar el relevo al siguiente grupo, ad infinitum.
Pero culpables los hay en todos los niveles, desde aquellos que han ostentado nuestras riquezas haciendo uso de ellas como bien les plazca sin pensar en el beneficio colectivo, y los responsables de hacer una sociedad de posguerra llena de miedos y frustraciones. Todo eso canalizado en estas generaciones cuyo porvenir está condicionado al terror.
Nuestros presidentes dicen que no hay violencia, que está reduciendo, que los jóvenes tienen ahora nuevas oportunidades, ¿dónde? Que la pobreza está disminuyendo, que la justicia es certera e imparcial, que caminamos hacia adelante, que hay logros que se transforman en bienestar. Cuánta retahíla de alucinaciones responsables de alimentar este desencanto popular.
Es difícil encontrar algo positivo en todo esto. Y para terminar de la forma en que iniciaron, entre líneas citaré al dramaturgo y poeta alemán Johann W. Goethe: «La esperanza es la segunda alma del desdichado. Si la mañana no nos desvela para nuevas alegrías y si por la noche no nos queda ninguna esperanza, ¿es que vale la pena vestirse y desnudarse?». Usted lo dirá.
POR ESWIN QUIí‘í“NEZ
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