El hombre es un animal de costumbres y sin duda que los guatemaltecos nos hemos acostumbrado ya a ver la realidad como parte del paisaje nacional, por lo que ningún tema nos conmueve ni nos afecta. Eso explica por qué somos un país tan conservador, entendiendo el concepto en el sentido de que nadie mueve un dedo para cambiar nada y que pretendemos literalmente «conservar» las cosas como están, sin sobresaltos ni alteraciones.
De pronto viene alguien de afuera, experto en políticas públicas y en un abrir y cerrar de ojos detecta lo que nosotros no vemos. El señor Bernardo Kliksberg, asesor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, conoce muy bien la región y considera que la misma es la más injusta del mundo porque existe un desequilibrio marcado entre los pobres y los ricos y porque siendo una región rica, tiene una enorme cantidad de pobres. Pero lo que espanta es que el señor Kliksberg diga que Guatemala es el país más injusto en la región más injusta del mundo, porque eso refleja cuán mal estamos. Las cifras oficiales demuestran que en materia de inequidad, Brasil es uno de los países con mayor problema, pero peor que Brasil está aún Guatemala, donde la concentración de las oportunidades para unos pocos y la existencia de un gran contingente de pobres debiera obligar a buscar medidas correctivas.
Que un experto nos diga que vamos derecho al fracaso y que el proyecto de nuestra sociedad es semisuicida suena muy feo y dará lugar para que algunos digan que sin duda se trata de algún populista que cree en políticas públicas de ese corte. Nuestra costumbre de vivir en medio de ese contraste nos impide darnos cuenta de lo que ve cualquiera que viene al país con ojo medianamente abierto para entender que no es viable una sociedad en la que se cierran las oportunidades para la mayor parte de la población.
Si alguna prueba de ello hace falta, reflexionemos sobre el tema de la migración y por qué nuestros compatriotas tienen que irse de mojados a los Estados Unidos para lograr allá un nivel de vida que les está vedado en su propio país. Y no es que en Estados Unidos vayan a ser millonarios, pero al menos tendrán para satisfacer necesidades básicas de subsistencia que aquí resultan demasiado difíciles.
De memoria nos sabemos la respuesta que las élites darán al dedo acusador de don Bernardo Kliksberg. Entrometido, charlatán, populista, burócrata internacional y demagogo serán algunas de las expresiones para calificar su tremenda y para muchos inaceptable osadía de desnudar nuestra realidad. Realidad que nuestro pueblo, muy diligente y aplicado, se esmera por «conservar» sin sobresaltos porque siendo animales de costumbres, nos hemos acostumbrado a sufrir la inequidad, a aguantar la injusticia y a ver el horizonte chato de un colectivo social sin esperanza ni ambición.