Y los niños de mi país seguirán esperando el día en que, con el respeto y la seriedad que debe caracterizar todo proceso educativo, se inaugure de verdad un nuevo ciclo escolar.
Los grandes ciclos culturales han sido siempre paralelos a los grandes ciclos naturales. En la renovación de los ciclos está la clave para entender la vida, su exceso o su carencia. Renovar un ciclo significa garantía de vida, pero renovar no es solo volver a empezar algo; es empezarlo, sí, pero con la esperanza de la superación del ciclo anterior. La dulzura y consuelo ante el fin de un ciclo son el producto de la esperanza en la superación del anterior en el porvenir. Sin esta esperanza solo podemos aspirar a un reinicio, no a una renovación.
Es lo que pasa con el inicio de un ciclo escolar. En nuestro caso y tal lo que vemos, nada indica que haya una intención genuina y sincera de renovación. Es lugar común el comentario entre los maestros que nuevamente se echará mano de aquellos recursos propagandísticos que en nada ayudan a mejorar sustancialmente nuestro sistema educativo. Por ejemplo: la pintura en las escuelas, la donación de libritos y computadoras a quienes cumplieron con la consolidación de los Coeducas, la pírrica refacción, pedir lapicitos a los ricos, ampliar el tiempo de estudio de los alumnos normalistas, etc. Nuestro país necesita reformas y renovaciones de verdad, pero estas solo son posibles en un marco de respeto, tolerancia y capacidad de diálogo con los sectores democráticamente representados y representativos y quienes más directamente tienen que ver con la educación.
Aparte de lo anterior, el compromiso y la estrategia que debe asumir el Estado a través del Ministerio de educación, debe tomar en cuenta que la educación tiene ciertas características que la hacen ser una realidad delicada cuya dependencia mutua con todos los demás fenómenos y entidades culturales y políticas hace que su renovación altere objetiva y efectivamente la naturaleza de toda las instituciones sociales y políticas.
En este marco, no queda más que pensar conservadoramente en el reinicio pero no en la renovación de nuestra manera tan particular de formar a la juventud. Los vicios, las tendencias ideológicas retrógradas, los temores fomentados por la religión, los complejos ancestrales formados y alimentados por nuestra historia, la falta de originalidad que sale a luz cada vez que copiamos moldes clausurados en otros países, la falta de herramientas sólidas para interpretar la realidad (lenguaje y pensamiento abstracto), y muchas deficiencias más, no tienen posibilidad de superación en este marco de circunstancias.
Valdría la pena, este año electoral, aprovecharlo para enseñar desde ya a los estudiantes lo que no debe hacerse como futuros políticos, si quieren algún día ser responsables. Sacar a luz todos los excesos, inconsistencias y males en general de nuestros partidos políticos y sus respectivos politiqueros, serviría como ejemplo muy adecuado de lo que no debe ser ni debe hacerse.
Anticipar el ciclo escolar nada garantiza, porque lamentablemente creen las autoridades ministeriales que la cantidad es más importante que la calidad. De nada sirve cumplir formalmente con un horario y un calendario, si los contenidos y las actitudes no se renuevan como cabría esperar.
Y así, pues, nuestra niñez y nuestra juventud seguirán esperando, relegados, aislados, disminuidos y excluidos de toda verdadera renovación cultural y educativa que garantice el futuro de nuestro pueblo.