«Ahora sabemos lo que sintieron los indígenas», suspiran los hermanos Diedrich, agricultores que se sienten traicionados por los poderes públicos mientras el valle central de California (oeste), la granja de Estados Unidos, sufre los efectos de una sequía grave.
En Firebaugh, a 230 km al sudeste de San Francisco, Jim, Bill y Bob Diedrich, herederos de una dinastía agrícola desde 1882, observan con pesadumbre una extensión de 260 hectáreas. En tiempos normales, un campo de tomates, hoy, una zona reseca tomada por la maleza.
«No hemos tenido agua este año», explicó Jim Diedrich, de 66 años, que tiene 50 años cultivando la tierra. Como numerosos agricultores en California, tuvo que optar por abandonar sus planes de cultivo: 50 mil toneladas de tomates que hubiera podido vender a cuatro millones de dólares, no volverán a crecer.
El valle central, una zona un poco más pequeña que Uruguay y tan grande como Bulgaria, era semi desértica pero gracias a una red colosal de irrigación se convirtió en la primera fuente de cultivos de hortalizas del país: el 94% de los tomates y el 89% de las zanahorias estadounidenses se producen en estas tierras.
Pero al cabo de un tercer invierno de lluvias débiles, la situación es apremiante. Las medidas de emergencia para administrar la distribución del agua da prioridad al sector particular y a los santuarios naturales. «Los agricultores somos los últimos», deploró Jim Diedrich.
La estocada final, a sus ojos, la dio un juez federal que en agosto de 2007 ordenó explotar menos el río de Sacramento para proteger un pez amenazado. De esta forma las dotaciones de agua se redujeron a la mitad y se agravó la escasez.
Los ecologistas son «muy fuertes, muy ricos, muy inteligentes y sobre todo representan muchos votos», apuntó Bill Diedrich, de 54 años, que ocupa un escaño en el consejo de administración de una organización de administra el agua en la región.
Cuando los Diedrich se instalaron en Firebaugh, a finales de los años 1960, el Estado los había entusiasmado al prometerles todo lo que quisieran de agua. En esa época la mayoría de los cultivos eran anuales.
«Pero cuando el agua comenzó a escasear, tuvimos que invertir en material de irragación muy caro, luego plantar cultivos permanentes», recordó Bill Diedrich. Su hermano Jim y su sobrino Todd poseen en la actualidad 216 hectáreas de almendros.
«Ahora, con estas enormes inversiones, no tenemos más la flexibilidad de los años 1970, cuando podíamos no plantar nada durante un año», resaltó Bill Diedrich.
Para salvar los almendros hay que comprar agua a 400 dólares los 1.200 m3, lo que significa en teoría una factura anual por 750.000 dólares.
«Nosotros utilizamos todo lo que tenemos para pasar el año, y que el cielo nos guarda, no sé que vamos a hacer el próximo año» si continúa faltando el agua, dijo Bill Diedrich.
Un reciente estudio universitario mostró que 70.000 empleos estaban amenazados por la sequía en el valle, donde el desempleo en algunas zonas superó el 20%.
«Ahora, sabemos lo que sintieron los indígenas» cuando perdieron su tierra y sus derechos durante la colonización, afirmó Jim Diedrich. «Nos tratan de la misma manera», dijo.
Los campos de Firebaugh están abandonados y volvieron a su estado natural, con hierbas bajas donde las ovejas pastan.
«Algunos dicen que (el valle) jamás debió cultivarse», dijo Bob Diedrich, de 57 años. «Pero en ese caso, Los Angeles jamás debió haberse construido. También es un desierto», recordó.