Para empezar el año 2011, planteo la interrogante: ¿Internet es un enorme circo o puede convertirse en un instrumento para controlar a los poderes?, motivada por la designación del fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, como personaje del año 2010, contra Julian Assange, fundador de WikiLeaks, concedido por la revista «Time» al primero, y, coincidentemente conmigo, designado por «Le Monde», el segundo.
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En el fondo de esta discusión es si Internet seguirá siendo utilizada como un medio de entretenimiento o diversión (un circo simplemente) como lo usan esos 500 millones de personas conectadas en Facebook diariamente… o bien, si puede ser redefinido para tareas serias, como lo propone Assange. ¿La humanidad seguirá viviendo una sociedad del espectáculo y continuaremos siendo narcotizados por «las maravillas de la Red» o ponemos los medios de comunicación al servicio de la ciudadanía, para controlar a los poderes? Porque los poderes, los grandes poderes (y los poderosos de todo tipo) cada vez buscan esconder sus colmillos, sus modos de actuar y mucha valiosa información es escamoteada a la ciudadanía en general. Como sucedió con los informes del Departamento de Estado de EE.UU., que Assange dio a la luz recientemente.
Esa debería ser una de las principales funciones de la Red, porque como lo señala Manuel Castells («La Galaxia Internet», Areté, 2001): las tecnologías son transformadas por los usos sociales que se hagan de ellas, al producir consecuencias que la mayoría de las veces no pueden ser previstas, y de allí la necesidad de examinarlas en sus aplicaciones prácticas.
De acuerdo con Castells, creador del concepto Sociedad Red, las tecnologías pueden ser lo que nosotros queremos que sean, es decir, el uso que sus usuarios le otorguemos. Por eso, no deja de ser interesante observar cómo se usa mundialmente la Web: para divertirse, al igual que los medios masivos de información que están al servicio de los grandes poderes y consorcios financieros, políticos, industriales o de otros tipos… que dejan de lado los verdaderos intereses y derechos de los usuarios, de los ciudadanos.
Pero a los receptores nos queda la estrategia de la resistencia. Esa astucia ciudadana que permite el respeto a la diversidad, en un diálogo multicultural permanente… que no privilegie las verdades absolutas, ni el monolingí¼ismo cultural que nos domina desde los países más desarrollados. Y eso pasa por Internet, por una nueva Internet: que representa un campo propicio para revalorizar la palabra -tan decaída en este siglo XXI-. Un medio para formar conciencia crítica, no simplemente para esa «conectividad permanente» que plantea estar en «la onda»: estar presentes pero ausentes. Porque el contenido (que es lo más importante en cualquier comunicación) es vigorosamente impactado por el formato del mensaje… tan fuertemente que subyuga y deslumbra al receptor, pero lo somete a su tiranía y, entonces, nubla la razón y el entendimiento.
Marc Augé (Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Gedisa, 1995) decía que, en esta sobremodernidad que estamos viviendo, los viejos principios universales de la objetividad (de los medios informativos tradicionales) retroceden ante el impulso de un relativismo paralizante, que renuncia a la distinción formal entre realidad y ficción. Vivimos virtualmente, sin esencia: sin temporalidad y de trastocada territorialidad. Esa es la virtualidad que nos impone el mundo moderno: una domesticación de las emociones. Vivimos un hedonismo consumista que nos consuela falsamente. Un universo que nos brinda, desde productos hasta «valores» desechables.
Algo parecido vivimos el recién pasado fin de año 2010: unos instantes, apenas, tardaron esos increíbles fuegos artificiales en su maravilloso estallido en el firmamento, para darnos placer visual con sus bellas luces de colores… pero sólo unos cuantos instantes. Luego, luego todo se convertía en oscuridad inasible. ¿Cuánto dinero malgastado, cuánta basura quedó en el cosmos? ¿Para qué? Oh mundo desechable que estamos viviendo…