Desconfianza para el futuro presidente


Elecciones. Un alto porcentaje del electorado francés aún no se decide por ningún candidato.

Revueltas en los suburbios, un rotundo ’no’ popular al proyecto de Constitución europea o violentas manifestaciones contra un contrato laboral para jóvenes impulsado por el gobierno: en los últimos tiempos, los franceses enviaron a sus dirigentes numerosas señales de su decepción y falta de confianza.


«De los principales paí­ses democráticos, Francia es sin duda el más desconfiado hacia sus dirigentes polí­ticos, el más crí­tico contra sus autoridades, el más amargo contra sus élites. El voto sanción se ha convertido en una especialidad francesa», explicó el editorialista polí­tico Alain Duhamel en un reciente artí­culo.

Según un sondeo publicado esta semana, un 63% de los franceses considera a sus dirigentes demasiado alejados de las preocupaciones reales de los ciudadanos.

Conscientes de este abismo que separa al pueblo de los dirigentes, los 12 candidatos a la elección presidencial, sean de derecha o de izquierda, se han esforzado por «humanizar» su imagen y mostrarse cercanos de sus electores.

«Los franceses no se sienten ni escuchados ni comprendidos. No es que sean indiferentes a la polí­tica, sino que quieren una democracia que funcione mejor y les incluya», admitió la candidata socialista Ségolí¨ne Royal.

Más allá de sus promesas electorales y de los grandes discursos, lo que cuenta en esta elección es la persona y su forma de entender el poder. Como dijo recientemente el lí­der socialista Dominique Strauss-Kahn, «los franceses tienen ganas de sentirse representados por personas que se parezcan a ellos».

«Nunca los principales candidatos hicieron tantos esfuerzos por ser banales, ni gastaron tanta energí­a por parecerse a un francés normal», explicó Jean Louis Andreani en un reciente editorial en Le Monde.

Lejos quedaron las imágenes a menudo altivas y distantes de jefes de Estado como Franí§ois Mitterrand o Valery Giscard d’Estaing. Según estos expertos, en las elecciones presidenciales de 2002, cuando la extrema derecha pasó a la segunda ronda, y en el referéndum sobre la Constitución europea de mayo de 2005 quedó claro que una parte del paí­s se siente «incomprendida y abandonada».

«Los candidatos han entendido que cuesta caro olvidar a las clases populares en un paí­s donde los empleados y obreros representan la mitad de la población activa», explicó Andreani.

Por ello, durante su campaña, el candidato conservador Nicolas Sarkozy y la socialista Ségolí¨ne Royal intentan dar una imagen sencilla y serena e intentan acercar sus mí­tines hasta estos sectores marginados: desde pescadores hasta jóvenes de barrios problemáticos pasando por mujeres maltratadas o desempleados desesperados.

«Cuando se observa a Francia, uno tiene la sensación de que la nación entró en decadencia, el sistema polí­tico está exhausto y la sociedad es un purgatorio que puede transformarse en un infierno. Por eso no se votará a los candidatos que encarnen la realidad actual», consideró Duhamel.

Probablemente, el único punto en común entre estos dos candidatos es que admiten la necesidad de realizar reformas en el Estado y representan una ruptura dentro de sus respectivas familias polí­ticas.

«Nada se hará con un Estado que siga funcionando como hasta hoy. (…) Cada dí­a creeis menos en la polí­tica, no soportáis la concentración de poderes en manos de una pequeña élite, la impotencia polí­tica y la falta de valor», reconoció Sarkozy.

En la misma lí­nea, Royal, admitió en sus mí­tines que «el Estado ha perdido su credibilidad».

«No haré polí­tica sin vosotros. No olvidaré nunca a nadie porque para lograr que Francia se levante os necesito a todos», declaró, predicando una «revolución democrática», apoyada en una descentralización del Estado.

Por último, el tercer gran candidato en esta campaña, el centrista Franí§ois Bayrou, prometió a su vez «dar sentido a las instituciones y construir un Estado imparcial» frente al actual Estado «sordo, ciego e impotente».