Descomunal tráfico


Al arranque del año emergen pronósticos, prevenciones y alarma punzante en la población, es siempre una cadena de presagios, generadores en cada eslabón de mayor problemática. Causante de tensiones frustrantes. Al estrés ya permanente debe añadirse otro malestar general, piedra de escándalo. Ahora el descomunal tráfico en las calles y avenidas.

Juan de Dios Rojas

De suyo este asunto a espera de paliativos, alcanza dimensiones tremendas. Desde años atrás el parque vehicular capitalino crece a todo vapor. A extremo que provoca caos diario, ante la avalancha de automotores diversos. Representa al inicio de enero un caso crí­tico la circulación de autos livianos y pesados en plena competencia temeraria.

Proliferan recomendaciones sobre el particular, referente a extremas medidas de prevención, dirigidas a conductores, multiplicados en cifras que provocan pánico. Empero, las mismas son en realidad ignoradas a porfí­a, como el peor sordo que no quiere oí­r. Aunque esté de por medio su existencia y la de los demás, les importa un comino y punto final.

Atribuido este envolvente y entrampado asunto a la desmedida y desordenada expansión de la capital. Responsable en grado sumo de limitaciones perjudiciales que saltan a la vista, a semejanza de saltimbanquis circenses en acción. Constituye verdadero aluvión y vitrina de comportamientos impropios, de energúmenos violentos al frente del volante.

La falta de educación general de inmediato tiene presencia y de educación vial en particular, mucho más. El irrespeto a la ley de la materia y del reglamento, especí­ficamente, exhiben a ciencia cierta tanto relajo. De modo que 2010 trae consigo otras unidades conformantes del aludido parque vehicular, sin control goza de protagonismo y retos.

El descomunal tráfico que circula donde quiera, atruena el espacio citadino. Motivo de contaminación audial entre otros, que predispone a la sordera. Cuando de ordinario conforma atrancazones tremebundas conductores desesperados arman escandaloso sonar de bocinas, en claro perjuicio de la salud orgánica, fí­sica y aní­mica que campea tiempo ha.

Existen momentos que el barullo más el desorden pone en ascuas a los peatones, al no poder ganar la orilla opuesta, en medio de miles de vehí­culos de toda clase, a modo de abanico. En ansias por hacerlo se atreven con riesgo inminente de exponerse a un accidente, o algo peor, a perder la vida entre los generadores de esa vorágine que les acecha.

El descomunal tráfico nos inhibe junto a las ciudades capitales de Centro América y América Latina, como muestra de tan complicada circulación de automotores diversos, vale decir entonces, nos coloca a la cabeza, lamentablemente en circunstancias nada positivas, tampoco dignas en absoluto de elogio y de consiguiente admiración, nada que ver.

Tampoco puede omitirse el importante aspecto del orden material perdido.

El tantas veces indicado caso va en deterjo evidente de la capacidad fí­sica instalada. Calzadas, bulevares, calles y avenidas congestionadas con mayor intensidad, a partir de enero sufren daños severos. Es por la vuelta a la rutina de labores docentes y restantes ocupaciones.

No digamos en términos económicos, lí­nea directa que afecta los bolsillos de propietarios se autos, en virtual sumatoria. Hay superior consumo de combustibles, ya encarecidos desde finales del año pasado. Máxime ahora que los pliegos tarifarios respecto a la gasolina reportan alza. Por lo tanto, dificultades tras dificultades a granel.

Vuelven jefes de hogar, por diversos medios a acompañar a sus hijos, o nietos a escuelas y colegios. De consiguiente, se incrementan considerablemente los citados contingentes. Razón poderosa para que en determinadas horas del dí­a el flujo peatonal complique el caso a medio mundo y al entorno dinámico, escenario viviente, dí­a a dí­a.