Descomedido mensaje al embajador McFarland


    No me acuerdo la fecha ni el diario, pero sí­ tengo presente que cuando leí­ el titular me sonreí­ con cierto gesto de ironí­a, porque un columnista encabezaba  así­ su artí­culo: «Carta al Presidente de Estados Unidos». Pensé que ni siquiera quienes enví­an mensajes al gobernante de Guatemala por medio de los diarios impresos, reciben respuesta del mandatario, mucho menos esperar que el Jefe de Estado de la nación más poderosa del mundo tenga tiempo de leer la columna de un periodista guatemalteco.

Eduardo Villatoro

   En eso meditaba cuando dispuse escribir este artí­culo con dedicatoria al embajador de Estados Unidos en Guatemala, el campechano y sonriente señor Stephen McFarland, a sabiendas que difí­cilmente este diplomático pueda leer estos apuntes, aunque posiblemente el escritor Ronald Flores, quien presta sus  servicios en esa misión, le haga llegar resumidamente mi gestión. «Voy a hacer la cacha -me dije-, quien quita logre mi propósito».

   Con riesgo de incurrir en tediosas reiteraciones, me atreví­ a escribir este artí­culo con dedicatoria al señor McFarland en vista de que se trata de un embajador como jamás habí­a enviado Washington a Guatemala, al menos en lo que yo recuerde, toda vez que a menudo rompe el protocolo. De pie, observa desde una banqueta el desfile de la Huelga de Dolores,  escucha a dirigentes sindicales, y ahora, para abreviar, personalmente ayuda a distribuir ví­veres a damnificados por la tormenta tropical bautizada caprichosamente con el nombre de Agatha.

   Pero ya casi estoy a la mitad de mi espacio y no hay forma que le diga al embajador McFarland lo que lo que le quiero solicitar: Como usted lo ha visto con sus propios ojos -según reza el conocido pleonasmo-, le erupción del volcán de Pacaya y seguidamente los copiosos aguaceros que trajo consigo la tormenta Agatha -como siempre sucede cuando ocurre una calamidad- ha golpeado duramente a los grupos sociales  más desafortunados del paí­s, es decir, a los habitantes de las áreas rurales sempiternamente abandonadas a su suerte y a los moradores de asentamientos y  viviendas precariamente construidas en laderas de la ciudad capital y otros centros urbanos.

   No voy a abundar en detalles porque usted, excelentí­simo señor embajador, quien creo que representa con sencillez e idoneidad al gobierno del presidente Barack Obama, y que por su carácter se identifica con las raí­ces más nobles del pueblo norteamericano, tiene conocimiento, quizá más amplio y realista que muchos funcionarios y polí­ticos guatemaltecos, de las graves carencias de nuestro pueblo, especialmente los sectores marginados y excluidos del débil proceso de democratización y del progreso que han alcanzado los más favorecidos.

   En vista de ello, le sugiero, le pido, le ruego que se haga la campaña de interceder ante el gobierno de su nación, por medio de los canales que usted conoce, para que se aplique en Estados Unidos el Estatuto de Protección Temporal para nuestros compatriotas que han buscado realizar el ansiado sueño americano. Las razones de esta solicitud usted las conoce de sobra, también, por lo que no insistiré en ello. Acudo a usted porque me da la impresión que es un hombre bueno y sensible a las necesidades de los guatemaltecos. Respetuosamente.

   (El inmigrante Romualdo Tishudo, a propósito de los indocumentados en EE.UU., cita al asesinado pastor norteamericano Martin Luther King: -Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos).