Cuando alguien ha caído en desgracia por cualquier circunstancia, no me agrada sumarme al grupo de personas que se aprovechan de las debilidades del árbol caído; pero en el caso del aún nominalmente presidente Colom el caso es excepcional porque después de tres años y diez meses de haber estado engañando a la inmensa mayoría de los guatemaltecos, pareciera que durante sus últimos ocho semanas al frente del Gobierno sus vestigios de olvidada decencia los ha derramado sin contemplaciones, para terminar su período en medio del desprecio de la población.
Al iniciar con su exesposa Sandra Torres los programas de Cohesión Social yo no me sumé al tropel de sus detractores, porque estaba convencido de que finalmente un Gobierno le hacía frente a los seculares problemas de la pobreza que agobia a los grupos sociales más desafortunados del país, aunque sin atacar de fondo las raíces de las desigualdades sociales y económicas.
Oponerse sistemáticamente a políticas encaminadas a contribuir a rescatar del abandono permanente a decenas de miles de familias sólo por ser una iniciativa originalmente impulsada por la entonces Primera Dama, me parecía una obcecación de los sectores conservadores que tradicional e históricamente han adversado cualquier cambio en los diferentes ámbitos, especialmente de parte de políticos de derecha que responden a los dictados de la oligarquía.
Sin embargo, fue diluyéndose en mí la confianza que me inspiraron esos planes de avanzada social de un régimen autocalificado de “socialdemócrataâ€; porque conforme el tiempo transcurrió me fui percatando que detrás de esa aparente preocupación por salvar del infortunio a los desamparados, yacía oculta la ambición política de la señora Torres, quien no vaciló en utilizar ese mecanismo de ayuda solidaria en un proyecto destinado a captar adeptos para su provecho electoral.
Lo más decepcionante fue que el Gobierno de su marido se empecinó en rechazar que los recursos de Cohesión Social fueran objeto de la normal, lícita y legítima fiscalización, lo que provocó la razonable suspicacia incluso de quienes en sus comienzos apoyamos esos programas, porque también constantemente se formulaban señalamientos y directas acusaciones respecto a que se estaban realizando negocios sucios, como ocurría en diversas instituciones del Estado, de tal manera que salieron a luz múltiples casos de corrupción, que, en su momento, se convirtieron en noticia y embarraron a cercanos colaboradores del gobernante, como tres ex ministros de Gobernación, uno de los cuales está encarcelado y los otros dos sujetos a procesos en los órganos jurisdiccionales, pero que se han ido borrando de la memoria colectiva de los guatemaltecos, tan olvidadiza.
Para cerrar con broche el desprestigio del presidente Colom, durante los postreros días de su administración el mandatario se ha empeñado en cometer otros desaguisados, derrochando dinero del Estado en casos superfluos, como el gasto desmesurado en la compra de licores, viajes al extranjero en vuelos privados, exagerados aumentos salariales a funcionarios de la Contraloría, y pare usted de contar.
¡Es un alivio que le quedan pocos días en el poder y que llegará el momento en que le contarán las costillas, así como a sus allegados!
(El campesino Romualdo Tishudo de visita en la ciudad le pregunta a un capitalino: –¿Es cierto que le cambiaron de nombre al parque Central? –Sí; ahora se llama Plaza de la Constitución. –Con razón funcionarios y políticos se pasan sobre ella, repone el labriego).