Lo más seguro es que primero me voy a ir al otro potrero que convencer a las autoridades del país del gran significado que conlleva el refrán “más vale prevenir que lamentar”. Por el año 1958 tuve mi primer contacto con la prevención de riesgos y enfermedades profesionales y desde entonces, cada vez que he tenido la oportunidad ya fuera en conversaciones personales, en público o masivamente a través de los medios de comunicación social, he insistido en que el respeto al derecho humano se plasma únicamente cuando se respeta la vida o la integridad de las personas y sus haberes.
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Resulta arduo predicar frente al mar. Solo hasta después de ocurrido un desastre, como el pavoroso incendio del martes 25 de la presente semana en el mercado conocido como “La Terminal”, de la zona 4 de la ciudad capital, es cuando mis coterráneos reconocen la razón que le asiste a ese refrán. Pero pasada una semana, como dice aquel otro “si te vi, no me acuerdo”.
¿De qué sirve que algún personero de la Conred declare que están trabajando en etapas y la primera es la protección de las personas, como el control del siniestro, cuando ni siquiera los abnegados bomberos lo hayan podido controlar? La Terminal de la zona 4 desde el terremoto de 1976 era un desastre. Terrible su dificultoso acceso y peor la salida. Planificación inexistente, desorganización total, ausencia de higiene y sin el más mínimo control municipal, salvo en todo aquello que le haya podido generar ingresos económicos, como los intereses políticos de siempre de los alcaldes de turno. El acabose en una sola palabra. Después de la macabra madrugada del pasado martes, solo cabe agradecerle a Dios que el incendio empezó en horas de la madrugada y no cuando cientos de miles de gentes se mueven adentro o por los alrededores de la misma. ¿Sin agua, qué se puede hacer?
Ahora es cuando debemos prepararnos para lo peor. Tener que aguantar a nuestros politiqueros, quienes desde el amanecer de ese día andaban “robando cámara” y frotándose las manos para sacarle ventaja al desastre que la gente pobre ya estaba pasando al perder hasta el último centavo disponible. Apelo al buen criterio que todavía guardan los guatemaltecos de bien para tomar conciencia que la única manera que existe para prevenir que ocurran más desastres como este último, es la de organizar y planificar el traslado de los vendedores a sitios seguros y organizarlos de la mejor manera para que ellos mismos logren su sobrevivencia. No es solo cuestión de “reconstruir” o darles préstamos. Es pensar en el futuro y cambiar algo que lleva 40 años de ser un desastre.