Con el escritor ruso Alexander Solzhenitsin, fallecido el domingo a los 89 años, desaparece un icono de la Guerra Fría, que hace tres décadas reveló el despiadado universo de los campos de concentración soviéticos en su imponente «Archipiélago Gulag».
«Trabajó ayer como cualquier otro día. La muerte le llegó rápidamente, al anochecer», en su dacha de las afueras de Moscú, contó el lunes su hijo Stepan.
Solzhenitsin murió de insuficiencia cardíaca aguda.
Patriota poseído por una fuerza profética y una determinación comparables a las de un Dostoievski o un Tolstoi, convencido de ser un elegido del destino, lo cual le dio fuerzas para superar un cáncer, el escritor de barba blanca y aspecto ascético consagró su vida a luchar contra el totalitarismo comunista.
Nacido el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk, en el Cáucaso, adoptó los ideales revolucionarios del régimen naciente. Estudió matemáticas y como artillero luchó con valentía contra las tropas alemanas que atacaron la Unión Soviética en 1941; pero no vio venir el peligro en su propia tierra.
En 1945, fue enviado a los gulags soviéticos, tras descubrírsele en una carta críticas a las competencias bélicas de Josef Stalin.
La experiencia lo marcó para siempre.
Liberado en 1953, semanas antes de la muerte de Stalin, se exilió en Kazajastán y se puso a escribir; un tiempo después se instaló en Riazan, a 200 km de Moscú, donde trabajaba como docente.
En pleno poceso de desestalinización, el nuevo líder de la URSS, Nikita Jruschov, autorizó la publicación en la revista literaria Novy Mir de «Un día en la vida de Iván Denisovich», un relato sobre un recluso ordinario del Gulag publicado el 18 de noviembre de 1962.
En 1968 publicó «El pabellón del cáncer» y «El primer círculo».
Pero con la ola represiva lanzada por Leonid Brezhnev, sus obras fueron proscritas.
En 1970 Solzhenitsin fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, pero se negó a asistir a su entrega por miedo a no ser autorizado a regresar a Rusia.
En 1973 sacudió al mundo con «Archipiélago Gulag», una imponente obra basada en la información obtenida de 227 prisioneros de los campos estalinistas, cuya primera edición se efectuó en París, adonde había llegado de forma clandestina.
Su publicación desató una campaña en su contra; el 12 de febrero de 1974, Solzhenitsin fue detenido, despojado de su nacionalidad y expulsado de la URSS por el entonces jefe del KGB, el servicio secreto ruso, Yuri Andropov.
Comenzaban entonces 20 años de exilio en Alemania, Suiza y Estados Unidos, donde pasó la mayor parte del tiempo, en una casona de madera en medio de un bosque en Vermont; allí escribiría la tetralogía «La rueda roja», los otros dos volúmenes de «Archipiélago Gulag» y el poema narrativo «Noches prusianas».
«Un ser humano se parece a una planta. Cuando se lo arranca de un lugar y se lo echa lejos, se perjudica a cientos de minúsculas raíces y centros nerviosos», diría a la prensa el escritor y figura de la disidencia tras su salida forzada de la Unión Soviética.
Occidente descubriría entonces al hombre que hizo temblar a Moscú, un conservador ortodoxo y eslavófilo, crítico acerbo de la sociedad de consumo.
En 1994, tres años después del desplome de la URSS, Solzhenitsin realizó un regreso triunfal a Rusia.
El escritor generó en los últimos años polémicas por sus posturas, como la defensa de la pena de muerte o su acercamiento al presidente y actual primer ministro ruso Vladimir Putin, un ex oficial del KGB.
«No comparto su ideología nacionalista y monárquica y Andrei Dimitrievitch (Sajarov) tampoco la compartía e incluso la consideraba peligrosa», dijo esta semana Elena Bonner, viuda del Premio Nobel de la Paz Andrei Sajarov, radicada en Estados Unidos, quien sin embargo lo alabó como «una de las grandes figuras del siglo XX».
El escritor ruso Viktor Erofeyev habló de una figura «contradictoria» que abrió a los rusos la realidad de los campos soviéticos pero «guardó silencio» sobre episodios trágicos de la era Putin como la guerra en Chechenia o la sangrienta toma de rehenes en una escuela en Beslan.
Con su muerte, «ha caído uno de los grandes árboles» de la literatura, declaró el Comité Nobel.
El martes, cientos de moscovitas con las sienes plateadas, como Solzhenitsin, se acercaron a la Academia de Ciencias pese a una lluvia torrencial, para despedir a quien calificaron de «rayo de luz en las tinieblas» soviéticas.
Su muerte es «la muerte del alma rusa», afirmó el diario francés Liberation.
Solzhenitsin fue inhumado el miércoles en el monasterio Donskoi de Moscú, junto a otras figuras de la lucha antibolchevique.