La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona.
Juan Pablo II
La gente nace, vive y muere todos los días. Es la ley natural. Pero lo que no es natural es que la gente sea asesinada, que los cadáveres aparezcan tirados por las calles y sean botados en los basureros y terrenos baldíos, sin identidad… sin rostro.
Uno se va acostumbrado, se escucha decir, pero eso es imposible ante la pérdida de vidas humanas, de seres queridos: padres, esposas, hijos, amigas. El tiempo puede menguar el dolor y calmar la pena, pero no dejar pasar al olvido.
Y es que además cada vez la violencia en que vivimos sumidos, casi como una marca de vida o de muerte no solo no se detiene sino que avanza.
El asesinato de Facundo Cabral en nuestro país, un delegado de la paz de las Naciones Unidas, no fue más importante que el de las docenas de conductores de autobuses que han muerto asesinados por falta de seguridad, pero lo que se manejó fue la trascendencia de vida del cantautor.
Aunque parece que las autoridades sí se esmeran en hacernos creer que existen ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, cuando los asesinatos o asesino-suicidios de “personas importantes†son rápidamente investigados mientras que nadie se ocupa de los 18 o 23 muertos diarios por esta violencia que rebasa nuestra capacidad de entender y nuestra conciencia.
Una prueba del pánico en que vivimos es la golpiza que le propinaron al sacerdote Severiano Cardona López en Tejutla, San Marcos, a quien sus victimarios confundieron con un secuestrador.
Y es que todos conocemos a alguien, si no nosotros mismos, que haya sido víctima de una extorsión, y obligado abandonar su vivienda para evitar perder la vida a falta de algo más que entregar.
El presidente Colom pidió paciencia, pero esa palabra parece ya no existir en nuestro vocabulario, porque nos hemos colmado de violencia, la que ante la tensión que nos representa salir a las calles a exponer la vida mientras nos dirigimos al trabajo, estamos reproduciendo en los hogares. Nos ahoga la carestía de la vida, la escasez de empleos, la falta de servicios competentes, la ausencia de docentes en las escuelas.
No somos un Estado fallido dice el presidente Colom, aduciendo que se combate al narcotráfico, y se captura a los dueños de la droga. Pero si de seguridad se trata, basta enterarse de las noticias, de la falta de respeto a la vida, a la dignidad. Lo que nos lleva a pedir tres días de duelo por cada guatemalteco asesinado. Quizás vivamos y muramos de luto permanente.