El 63º Festival de Aviñón no cesa de denunciar la violencia en el mundo: en «Des témoins ordinaires» (Testigos ordinarios), el coreógrafo Rachid Ouramdane hace oir la voz de las víctimas de tortura, oponiéndoles un conmovedor contrapunto de danza.
El espectáculo se presenta en la cartuja de Villeneuve-lez-Avignon hasta el 28 de julio. Casi paralelamente (del 26 al 29), en el palacio de los Papas, Rachid Ouramdane, bailará «Loin…» (lejos), un solo en el que sigue los pasos de su padre, argelino enrolado en el ejército francés durante la guerra de Indochina.
La guerra es evocada también en su última obra, para cinco bailarines, «Testigos ordinarios», que aborda específicamente los genocidios y la tortura.
En colaboración con la documentalista Jenny Teng, gracias a asociaciones de ayuda a los refugiados políticos encontradas durante sus giras y viajes, Ouramdane se reunió con víctimas de actos de barbarie en Brasil, en Kurdistán, en Ruanda o en Chechenia.
Su espectáculo se basa en esos testimonios. Al principio, el espectador oye uno sin imágenes, en medio de la inquietante oscuridad casi total del escenario. Después, el coreógrafo recurre hábilmente al vídeo, material clave para su trabajo de identidad (la suya, la de los otros) y la imagen que proyecta de ella.
Se ven entonces rostros que fingen no cargar ese pasado doloroso, bocas que encuentran difícilmente las palabras para tratar de decir lo indecible. Imágenes que se desvanecen o se recomponen, como para evocar una memoria incierta.
Riguroso, Ouramdane no recalca mediante la danza las palabras de las víctimas, lo contrario hubiera podido parecer impúdico. Su escritura coreográfica aparece más bien como un eco lo suficientemente vago para ser digno y lo suficientemente preciso para expresar el dolor.
El dispositivo escénico (un escenario casi desnudo apenas ilumninado por una pared cuadrada de proyectores) es de una depurada elegancia que contrasta con la dureza de la narración. Sólo un momento, la imagen parece recurrir a la facilidad para evocar la tortura, cuando una guitarra cuelga de una cuerda.
Pero la danza se despliega plena de sentido, esparciéndose en un halo hecho de resonancias y de efectos larsen, entre sufrimiento (deambulación sin objetivo, cuerpos curvados, mujer-peonza que da vueltas interminablemente) y luz de esperanza (pareja enlazada).
La 63ª edición del Festival de Aviñón, una de las grandes citas mundiales del espectáculo vivo contemporáneo, fue inaugurada el 7 de julio y proseguirá hasta el próximo 29 de julio.