Hace ya varios años venimos escuchando diversos discursos que demandan la democracia paritaria. Variadas son también las interpretaciones que se hacen de este concepto; prevaleciendo la idea de que cuando hablamos de democracia paritaria, estamos demandando de manera antojadiza la participación a partes iguales de hombres y mujeres en la vida democrática de un país.
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La última mitad del siglo XX, y con mayor énfasis, el último cuarto del siglo, dieron cuenta de avances que significaron saltos cualitativos en el reconocimiento de las mujeres como sujetos de derecho y como ciudadanas plenas. Estos avances fueron palpables a nivel global, y claramente en América Latina es un período que marca un antes y un después en la lucha por la igualdad. Es también en la última década del siglo XX cuando surge la paridad como un movimiento.
Ciertamente el movimiento por la paridad, no surge en América Latina. Tiene sus orígenes en el feminismo europeo, concretamente en Francia a inicios de la década de los 90, y rápidamente se convierte en un movimiento de carácter europeo. El concepto de “paridad” como lo conocemos hoy, ya había sido propuesto en 1989 por el Consejo de Comunidades Europeas. Fue en 1992, cuando se realizó en Atenas la Cumbre “Mujeres en el Poder” que convocó a mujeres participando de cargos de poder y decisión política. En la Declaración de Atenas, producto de esta importante reunión aparece una clara propuesta reivindicativa por una participación paritaria de las mujeres en el poder político y además de una renegociación del contrato social, de cara a reconocer a las mujeres como sujetos políticos de pleno derecho.
Como plantea Rosa Cobo, en su artículo Democracia paritaria y sujeto político feminista: “La paridad plantea que la participación en lo público y lo político, y las tareas que se derivan de esa participación, debe recaer igualmente en varones y en mujeres. La noción de democracia paritaria nace de la contradicción entre el aumento de mujeres en muchos ámbitos de la vida social y su ausencia de los espacios donde se votan las leyes y se toman las decisiones que afectan al conjunto de la sociedad y muy particularmente a las vidas de las mujeres.”
Enmarcados en el concepto de democracia representativa, por el que América Latina se ha decantado claramente desde hace más de 20 años, tiene mucha lógica pensar que esa representación debe reflejar el universo de la sociedad. En la medida en que las mujeres, en todos los países han ya adquirido derechos ciudadanos, la vinculación de la democracia paritaria con el ejercicio de la ciudadanía se impone. La reivindicación de los derechos de las mujeres, en su condición de ciudadanas y como integrantes de la mitad de la humanidad, hace de la paridad una reivindicación más que filosófica, convirtiéndola en una reivindicación política de la ciudadanía.
Ya sabemos que los cambios profundos en la sociedad no se dan por generación espontánea. Más aún cuando se trata de compartir espacios de poder que hasta ahora se consideraban hegemónicos. Sin duda se requiere de voluntad política para el logro de la equidad entre hombres y mujeres que pasa por todos los aspectos del desarrollo: acceso equitativo a la educación, al empleo, a la propiedad, a la toma de decisiones, a la participación política. Estas acciones que dan muestra de esa voluntad deben desprenderse fundamentalmente del Estado. Según la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres, CEDAW por sus siglas en inglés, los Estados partes son responsables de asegurar el goce de los derechos en condiciones de igualdad y sin discriminación alguna. Esa responsabilidad implica la adopción de medidas específicas, que variarán en cada contexto nacional, que garanticen esas condiciones equitativas. No debemos olvidar que en países donde las mujeres han vivido con alto grado de exclusión, se requiere de medidas diferenciadas para ir cerrando esas brechas. Como nos dice Line Bareiro, algunas normas, aun siendo igualitarias en la letra, producen desigualdad en la práctica, porque –agregó– tratar igual a quienes no son iguales en su posición en la sociedad, no es equitativo.
Hay pues un camino iniciado, aún largo por recorrer. Hay un debate que continuar, y hay que hacer gala de creatividad, para que la paridad pueda llegar a ser algún día, no lejano, una realidad que impacte positivamente el desarrollo de la democracia en nuestra región.
*Representante del Fondo de Población de Naciones Unidas