Bien se pregunta Mario Roberto Morales (elPeriódico 26/2), ante la evidencia de los logros de la democracia venezolana fruto de los últimos diez años, ¿por qué las protestas?; ¿cuál es la inconformidad? O ¿por qué ahora y no antes? Seguramente que esas no son preguntas fáciles y no tienen una respuesta única. Me atrevo a pensar que la complejidad de sus contestaciones está relacionada con una diversidad de variables de distinto orden, que se conjugan en una coyuntura de la que aprovechan, pero también defienden, tirios y troyanos.
Lo más fácil e inocente es pensar que el movimiento opositor del que protagonizaron estudiantes en un inicio, es una iniciativa auténtica. Se impone sobre esa posibilidad, preguntarse ¿por qué las reivindicaciones de esos alumnos no incluyeron en esencia, demandas relacionadas con la política pública de educación?, una pregunta igual de ingenua. Pero seguramente los responsables de las causas más profundas del desconcierto, se aprovechan de la candidez y de la inocencia de una manera perversa. Resulta suspicaz, hallazgos como el hecho que durante las manifestaciones y luchas en las calles caraqueñas, dos jóvenes muertos de uno y de otro bando fueron asesinados con balas que salieron de una misma arma. Cuando el río viene revuelto, la ganancia es para los pescadores. Las hordas de la derecha conservadora a nivel mundial no tardaron en suscribir con un like, el derrame de eslóganes patriotas en oficiosa defensa de lo que consideran, es la gran batalla épica por la democracia en Venezuela. La democracia ya está instaurada en ese país, y eso lo comprobaron los procesos electorales que han sido observados por un sinfín de instituciones internacionales que han dado fe de las elecciones, sin embargo ese no es el problema. Pero si lo es el hecho que las democracias afrontan hoy más que nunca las contradicciones del mercado y de un sistema capitalista que da tumbos; su reto es como el de cualquier sociedad que trata de disolver los márgenes de desigualdad porque sin duda los costos de no hacerlos serán altos. Pero con una diferencia esencial, el proyecto bolivariano advierte ya que democracia y formación de soberanía popular son dos elementos que son incompatibles con el sistema capitalista neoliberal. Me temo que las democracias liberales o las que aspiran a ese modelo aún deben asumir esa contradicción que resultará primordial para su sobrevivencia. De allí que empeñarse en pasar pruebas como los paquetes de transparencia procedimental en las prácticas públicas, o la cuentancia institucionalizada en el Estado, o de derechos humanos sea ocioso si no se razona el contexto histórico del poder hegemónico del sistema global, por un lado, y por otro al aprovechamiento de los poderes informales. Peor la tienen aquellas que yo llamo democracias prepolíticas, esas en las que sus Estados están atados inexorablemente al puerto del atraso que exponen sus élites, con lo cual la posibilidad de una democracia modernizante será un mar que ese barco nunca surcará. Como insinué arriba, el problema no es ser democrático sino creérselo. El sistema global empieza a observar incómodo que su supervivencia depende de que amplios grupos sociales demanden la concreción de los derechos garantizados aparentemente por diversos instrumentos regulatorios locales e internacionales. En otras palabras, hay mucho más en juego de lo que se ve, en el hecho de una democracia que empieza a tener éxito. La lógica democrática prevé la crítica a sus gobernantes, pero no se vale botarlos. Pero el juego es más perverso que eso…