La obra de Delmira Agustini ha sido controvertida y desconcertante. La sensualidad que desbordan sus poemas no concuerda con la vida recatada y familiar que vivió.
De carácter tímido y sumiso, sin mayores experiencias carnales que las que le proporcionara su fallido matrimonio, fue capaz de expresarse en un derroche de erotismo, sensualidad y hasta casi describir con meticulosidad encuentros sexuales que, según sus biógrafos, jamás vivió.
Muchos estudiosos de su obra han planteado la posibilidad de que su poesía haya sido fruto de su imaginación, y hasta de una especie de iluminación divina. Se dice que la autora escribía por las noches, cuando entraba en una especie de trance que la transportaba a las sensaciones que, tan bien y con mucho detalle, describe en sus poemas.
Su obra se encuentra plagada de representaciones eróticas, muy atrevidas para la época, sobre todo si tomamos en cuenta lo conservadora que pudo haber sido la pequeña sociedad uruguaya de principios del siglo XX.
La trágica muerte de Agustini a manos de su exesposo –que posteriormente se suicidó– nos da una idea de los enigmas que encerraba su vida.
En su obra hay una exposición sincera y sin tapujos de sus anhelos y pasiones, mostrando sus verdaderos sentimientos, lo cual no era usual y posiblemente tampoco era bien visto en la sociedad montevideana en la cual le había tocado nacer.
Sobre su corta vida –murió a los veintiocho años– posiblemente no se llegue a saber mucho más de lo que hasta ahora se sabe. Habrá entonces de bastar con su obra, que marcó un inicio en la poesía latinoamericana, que dio sus frutos innegables ya a mediados del siglo pasado.