Delmira Agustini


Grecia Aguilera

Nació en la ciudad de Montevideo, Uruguay, en 1886 y murió en la misma ciudad a la edad de 28 años en 1914. Se crió en un ambiente familiar de costumbres tradicionales. Desde muy joven manejó con maestrí­a el tema del amor sensual, es decir el erotismo, una de las fuentes de inspiración más abundantes a lo largo de su carrera literaria, lo que fue un escándalo, especialmente en esa época. Sus atormentadas imágenes eróticas la hicieron una poetisa excepcional. Su creación se caracteriza por su extraordinario lirismo, belleza y originalidad. Es gran precursora del modernismo literario. Formó parte de la generación de 1900, junto a los poetas Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Rubén Darí­o a quien consideraba su maestro. En los primeros versos del poema «Boca a boca», Delmira Agustini escribe: «Copa de vino donde quiero y sueño/ beber la muerte con fruición sombrí­a,/ surco de fuego donde logra Ensueño/ fuertes semillas de melancolí­a.» Y en su composición lí­rica «íntima» conjuga el dolor y la pasión: «Yo te diré los sueños de mi vida/ en lo más hondo de la noche azul./ Mi alma desnuda temblará en tus manos,/ sobre tus hombros pesará mi cruz./ Las cumbres de la vida son tan solas,/ ¡tan solas y tan frí­as!/ Yo encerré mis ansias en mí­ misma,/ y toda entera como una torre de marfil me alcé…/ ¡Ah! Tú sabrás mi amor;/ mas vamos lejos,/ a través de la noche florecida;/ acá lo humano asusta,/ acá se oye, se ve, se siente sin cesar la vida./ Vamos más lejos en la noche, vamos/ donde ni un eco repercuta en mí­,/ como una flor nocturna allá en la sombra/ me abriré dulcemente para ti.» Eros fue su inspiración constante en la mayorí­a de su obra, en especial en el poemario «Los cálices vací­os», 1913, dedicado precisamente a este personaje de la mitologí­a griega, quien no solamente era el dios del amor, sino era el amor mismo y representaba también el deseo, la pasión y el erotismo. Hijo de Afrodita, Eros fue personificado en un niño de seis o siete años con pequeñas alas, armado con un carcaj, un arco y flechas puntiagudas que lanzaba con los ojos vendados hacia el corazón de los dioses y humanos, con la finalidad de hacerlos caer en un amor profundo e irresistible. Su relación con Psique, el alma, fue toda una metáfora en la historia de la mitologí­a griega y romana. En el poema «Plegaria» se puede apreciar la admiración de Delmira Agustini hacia el dios del amor: «Eros: ¿acaso no sentiste nunca/ piedad de las estatuas?/ Se dirí­an crisálidas de piedra/ de yo no sé qué formidable raza/ en una eterna espera inenarrable./ Los cráteres dormidos de sus bocas/ dan la ceniza negra del Silencio;/ mana de las columnas de sus hombros/ la mortaja copiosa de la Calma,/ y fluye de sus órbitas la noche;/ ví­ctimas del Futuro o del Misterio,/ en capullos terribles y magní­ficos/ esperan a la Vida o a la Muerte./ ¿Eros: acaso no sentiste nunca/ piedad de las estatuas?» La reconocida periodista y poetisa Atala Valenzuela, le rindió un delicado homenaje a Delmira Agustini, escribiéndole un hermoso soneto en el que resume la vida y obra de esta excelente escritora uruguaya: «Delmira, te comprendo ardorosa y celeste,/ tu pecado de amar lo consagra la estrella./ Eras musa, eras lí­rica, eras lánguida y bella/ y pasabas augusta como diosa en su veste./ «Más vida para amar»: suntuosa y agreste/ te donabas en formas de vibrante centella./ Tu corona era amar con caricia y querella/ y tu rito sexual inquietaba a la hueste./ Ciliciada de rosas cruzaste por la vida/ y tu tallo rodó al golpe uxoricida,/ truncada se quedó tu exquisita corola./ Quemaste tu incensario en un templo vedado./ Y quedaste en tu verso al amor ofrendado,/ en el culto secreto que en el lecho se inmola.»