Del optimismo al pesimismo


Voy a decir algo de Perogrullo, pero que me nace en virtud de los últimos acontecimientos dados en el paí­s: hay tres tipos de personas, las optimistas, las pesimistas y las que intentan ubicarse en un punto intermedio.   Haga un examen de conciencia y vea usted dónde se sitúa.

Eduardo Blandón

Los optimistas se caracterizan por creer que todo está bien (el vaso está medio lleno, dicen).  Intentan concentrarse en las cosas buenas, pero eventualmente pecan de cándidos negando la realidad a como dé lugar.  Si se trata de opinar sobre Guatemala afirman que todo está bien, se consuelan con las estadí­sticas del extranjero y concluyen que «de todas formas el mundo entero está enfermo».  Es más, parecen regocijarse cuando saben de muertos, terremotos, pandemias y delincuencia mundial, todo le sirve para sostener su argumento: si al menos este paí­s no es el Paraí­so, no es muy diferente al del resto del planeta.

 

Al optimista, si le dicen que hay podredumbre e incluso se la hacen ver, pone los ojos en otro lado, encuentra un lugar medio pulcro y acusa a los demás de exagerados, pájaro de mal agí¼ero e incapaz de amar al paí­s.  Creen que ser patriota y buen ciudadano tiene que ver con el optimismo a ultranza.  Es el tipo de sujeto que le gusta autoengañarse y que su coartada le sirve para vivir contento, un mundo ideal, el mejor de los que Dios pudo haber hecho.

           

El pesimista es todo lo contrario (obviamente).  Agarrado a la Prensa, su principal fuente de información, tiene todos los argumentos para denunciar lo diabólico del paí­s.  En Guatemala, suele afirmar, no hay nada más que hacer y como me dijo un amigo, su mejor destino serí­a la bomba atómica.  «Aquí­, me dijo, lo mejor que nos podrí­a ocurrir es un diluvio, el castigo de Sodoma y Gomorra o una bomba que no deje a ninguno vivo.  Debemos comenzar de cero».

 

Nada es bueno para el que vive atormentado por la maldad.  Ni si quiera un acto de caridad lo atribuye a una naturaleza distinta de la del Demonio: «el que hace el bien, tiene intenciones diabólicas, afirma.  Nadie da, así­ por así­».  Las pruebas de su «realismo», así­ dice ser él, «realista», las encuentra en cada momento, por eso vive con hí­gado picado, sumido en el alcohol y escapando de este mundo cruel, en el mejor de los casos aislados en su casa.  La amargura es su fuerte.

 

En cambio, hay otra raza que se esfuerza por ser equilibrada.  Sabe de la maldad, pero es capaz de descubrir también actos nobles.  Mira en el ser humano la virtualidad del ángel y la bestia.  A veces ambas cosas a la vez.  Sufre con la miseria humana, pero disfruta y se deleita, llora, frente al acto heroico, los modelos de vida y también las virtudes.  í‰l mismo puede sentirse miserable y a veces dichoso.  Sabe del mal, tiene conciencia que es una especie de inclinación natural, pero intenta no concentrarse en esa mancha horrorosa de los hombres. 

 

No siempre es fácil situarse en el mejor lugar.  Hay dí­as donde priva lo negro, otros, en donde es menos complicado ser alegre y celebrar la vida.  Quizá lo mejor sea buscar el equilibrio y no irnos a los extremos.