Los guatemaltecos nos preciamos de decir, sin legítimo orgullo, que nuestra patria es libre, soberana e independiente, pero la realidad demuestra que eso es relativo, bien relativo, en varios aspectos.
Estamos presenciando la fase culminante de la pelea de los políticos que apuntan a la conquista del poder público, por lo que toda una legión de personajes de otras latitudes ha llegado al suelo patrio como cayéndonos de lo alto en paracaídas.
El motivo de esa «invasión» sin chisporroteos y sí con mucha saliva, ¿cuál es?, se preguntará el «qualunque». Bueno?, es el de meter las narices en todos los rincones donde es celebrado el «chonguengue» político-electoral para ver si transcurre haciendo honor a la jacarandosa «democracia» que aquí y en otras partes del planeta cambia de rostro y viste blusas, faldas, pantalones y demás ropas de moda o pasadas de moda, incluso las de carácter íntimo que provocan bochorno a las abuelas?
No dudamos que las intenciones o los propósitos de esa gente de otros lares sean buenos, pero francamente no dejan de encorajinarnos porque pueden estar dejando muy malparada a la famosa soberanía de que nos ufanamos.
Virtualmente, los paracaidistas del cuento se dan el lujo de imponernos normas para todo lo que está en el marco de los deberes y obligaciones, de gordas obligaciones, de quienes hacen turno en los puentes de mando y, por añadidura, de los gobernados en general. ¡Bendita injerencia extranjera!, pero como somos muy nacionalistas, muy patriotas-patrioteros o muy papanatas, permitimos esa injerencia extraña con paciencia franciscana o con mansedumbre de borregos.
Puede tener cierta explicación -no propiamente justificación- el hecho de abrir puertas para que desde fuera de nuestros bordes territoriales nos lancen andanadas de directrices, casi rayanas en «órdenes», los abanderados del civismo (¡?!), de los derechos humanos -un verdadero estira y encoge que rechazan diversos sectores de la sociedad-, los padres, abuelos o rebisabuelos de la «santa democracia», a efecto de que procedamos como a ellos se les antoja para afrontar los problemas que nos aquejan, cuales son, entre otros, los actos non sanctos o irregulares de la elección de presidente y de vicepresidente de la República, de diputados al Congreso, de alcaldes y concejales; la falta de foros y debates de los aspirantes al sillón principal del palacio verde-esperanza, la inseguridad personal y patrimonial que se ha enseñoreado del país, las llamadas «hambrunas», el narcotráfico, los inhumanos robos de niños, las «maras» y demás gavillas que por todos lados están aplicando la «pena de muerte» con derroche de impunidad, las extorsiones, los ultrajes a señoras, señoritas y menores de edad, etcétera.
Los «señores de la injerencia» pueden provenir de países cultos, desarrollados, donde la vida no tiene los pecados de la anormalidad; pero, desdichadamente, los visitantes ocasionales y no ocasionales talvez ignoran la idiosincrasia de nuestro pueblo y otras peculiaridades que marcan la diferencia, en forma negativa, en lo que hace a sus respectivos patios? Deberían poner sus plantas en las realidades de esta parcela centroamericana hoy que gozan de libertad para incursionar con alguna pretensión de «cogobernarnos», porque puede llegar un día en que el piloto del aparato gubernamental se ponga en un sitial de honor, en actitud verdaderamente nacionalista, para frenar la injerencia extranjera con la insolencia que ofende a la gran mayoría de la población guatemalteca. ¿No es así, Juan Chapín?