Del exterior pretenden gobernarnos a su manera


Los guatemaltecos nos preciamos de decir, sin legí­timo orgullo, que nuestra patria es libre, soberana e independiente, pero la realidad demuestra que eso es relativo, bien relativo, en varios aspectos.

Marco Tulio Trejo Paiz

Estamos presenciando la fase culminante de la pelea de los polí­ticos que apuntan a la conquista del poder público, por lo que toda una legión de personajes de otras latitudes ha llegado al suelo patrio como cayéndonos de lo alto en paracaí­das.

El motivo de esa «invasión» sin chisporroteos y sí­ con mucha saliva, ¿cuál es?, se preguntará el «qualunque». Bueno?, es el de meter las narices en todos los rincones donde es celebrado el «chonguengue» polí­tico-electoral para ver si transcurre haciendo honor a la jacarandosa «democracia» que aquí­ y en otras partes del planeta cambia de rostro y viste blusas, faldas, pantalones y demás ropas de moda o pasadas de moda, incluso las de carácter í­ntimo que provocan bochorno a las abuelas?

No dudamos que las intenciones o los propósitos de esa gente de otros lares sean buenos, pero francamente no dejan de encorajinarnos porque pueden estar dejando muy malparada a la famosa soberaní­a de que nos ufanamos.

Virtualmente, los paracaidistas del cuento se dan el lujo de imponernos normas para todo lo que está en el marco de los deberes y obligaciones, de gordas obligaciones, de quienes hacen turno en los puentes de mando y, por añadidura, de los gobernados en general. ¡Bendita injerencia extranjera!, pero como somos muy nacionalistas, muy patriotas-patrioteros o muy papanatas, permitimos esa injerencia extraña con paciencia franciscana o con mansedumbre de borregos.

Puede tener cierta explicación -no propiamente justificación- el hecho de abrir puertas para que desde fuera de nuestros bordes territoriales nos lancen andanadas de directrices, casi rayanas en «órdenes», los abanderados del civismo (¡?!), de los derechos humanos -un verdadero estira y encoge que rechazan diversos sectores de la sociedad-, los padres, abuelos o rebisabuelos de la «santa democracia», a efecto de que procedamos como a ellos se les antoja para afrontar los problemas que nos aquejan, cuales son, entre otros, los actos non sanctos o irregulares de la elección de presidente y de vicepresidente de la República, de diputados al Congreso, de alcaldes y concejales; la falta de foros y debates de los aspirantes al sillón principal del palacio verde-esperanza, la inseguridad personal y patrimonial que se ha enseñoreado del paí­s, las llamadas «hambrunas», el narcotráfico, los inhumanos robos de niños, las «maras» y demás gavillas que por todos lados están aplicando la «pena de muerte» con derroche de impunidad, las extorsiones, los ultrajes a señoras, señoritas y menores de edad, etcétera.

Los «señores de la injerencia» pueden provenir de paí­ses cultos, desarrollados, donde la vida no tiene los pecados de la anormalidad; pero, desdichadamente, los visitantes ocasionales y no ocasionales talvez ignoran la idiosincrasia de nuestro pueblo y otras peculiaridades que marcan la diferencia, en forma negativa, en lo que hace a sus respectivos patios? Deberí­an poner sus plantas en las realidades de esta parcela centroamericana hoy que gozan de libertad para incursionar con alguna pretensión de «cogobernarnos», porque puede llegar un dí­a en que el piloto del aparato gubernamental se ponga en un sitial de honor, en actitud verdaderamente nacionalista, para frenar la injerencia extranjera con la insolencia que ofende a la gran mayorí­a de la población guatemalteca. ¿No es así­, Juan Chapí­n?