Dejen a los muertos que entierren a sus muertos


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La felicidad parece ser el objetivo final del ser humano. Quizá lo intuí­ siendo muy pequeño, a los seis o siete años, al prometerme que, cuando fuera feliz, me suicidarí­a. ¿Para qué seguir viviendo, si la felicidad es la finalidad del ser humano? Sin embargo, no cumplí­ mi promesa.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

 


Ahora bien, el motivo de mi reflexión ahora es tratar de entender por qué la felicidad no es (o más bien, por qué la felicidad ha dejado de ser motivación para un) objetivo final del ser humano.

Si preguntamos a cualquier persona si, en realidad, desea ser feliz, creerí­a yo que sin dudas dirí­a que “pues, sí­, si no hay algo más”. El problema es que la felicidad es un tema con tanta discordia por no haber un consenso en su definición.

Las religiones se han preocupado por el tema de la felicidad, y parte de las doctrinas sirven o intentan servir para llegar a ser feliz. De hecho, la concepción más new age (una mezcla entre el conservadurismo religioso y las tendencias liberadoras de hoy dí­a), que más me gusta referir es que el ser humano es feliz por naturaleza; en su estado religioso primigenio, el ser humano se encontraba en el Edén, pero fue expulsado por el pecado. Es decir, dejó de ser feliz cuando pecó; o, dicho de una forma más conciliadora, el único pecado en esta vida es no ser feliz.

Sucede, pues, que las religiones, sobre todo las judaico-cristiana-occidentales, intentan definir las reglas para llevar una vida de santidad, la cual es sinónimo, desde estas teorí­as, a felicidad.

De esa cuenta, las codificaciones de leyes (que se bifurcan de la codificación polí­tico-religiosa del judaí­smo) tienen la misma intención. Constituciones, Cartas Magnas, e incluso las Declaraciones de Derechos Humanos, se basan en la premisa de que toda persona tiene derecho a llegar a ser feliz, siempre y cuando deje ser feliz a los otros.

Léase: a) No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti (enfoque religioso general); b) Ama al prójimo como a ti mismo (enfoque judeocristiano); c) Trata a los demás como quieras que te traten (enfoque confuciano); d) El respeto al derecho ajeno es la paz (enfoque mexicanista); e) Propiedad privada (enfoque neoliberal), y f) Actúa según como creas que es permisible actuar para todo el mundo (enfoque kantiano).

Todas estas reglas intentan establecer un estado de bienestar-santidad que conducen a la felicidad personal (incluso colectivo). Sin embargo, no hay una regla general, porque la felicidad personal depende también de la felicidad del otro, como la otra regla de oro para la satisfacción personal, ésta de Abraham Lincoln: “No puedes enriquecer al pobre, robándole al rico”.

Es decir, la felicidad (y la libertad, así­ como la ambición, el progreso, la verdad, la justicia, etcétera) tiene limitantes cuando se topa con los demás. Y así­, vamos en este mundo, topándonos con los demás, como si fuesen nuestros enemigos, anhelando felicidad. Y la felicidad se topa de narices con la felicidad de otros.

Muy a pesar de que nadie sabe qué es la felicidad, ésta es un buen gancho comercial. Sectas religiosas, equipos deportivos, estaciones de radio, incluso paí­ses, utilizan el concepto de “querer ser feliz” para enganchar a la gente.

Se nos hacen conocidos conceptos como: “Viva feliz con casa propia”. U “Obtenga el cuerpo que siempre soñó y sea feliz”. “Aprenda a tocar guitarra y sea el alma de las fiestas”. “El auto soñado”. “La cerveza que te pone a la par de las mujeres bellas”. “El cigarro que te hace ganador”. “La droga que te hace alucinar lo que quieres ser”. “La medalla de oro”. “El cetro de la Liga de Campeones”. “El karaoke para cantar como el cantante que siempre quisiste ser”. “Alcance sus metas, estudie Administración de Empresas”. “Se busca Ejecutivo de Ventas con salario competitivo, todas las prestaciones de la ley. Ambiente agradable. Seguro Médico. Posibilidades de crecer con la empresa”, y un larguí­simo etcétera de posibles fórmulas para ser felices.

Sin embargo, cuando las personas se embarcan en alguno de estos proyectos, se dan cuenta de que pueden llegar a ser muy infelices por el enorme esfuerzo que implica alcanzar las metas. Y, cuando tienen la casa de sus sueños, o cuando comprar el auto del año, se dan cuenta, en fin, que no son felices.

¿Se puede alcanzar la felicidad? Si es posible alcanzarla, ¿acaso no chocarí­a con la felicidad de alguien más?

Creo, pues, para darle conclusión a este infeliz tema, que quizá hayamos equivocado el enfoque. La felicidad no es un objetivo final, sino que el estado original de las personas. Nacemos felices, y por ideas que nos confunden creemos que no lo somos, y tratamos toda la vida de querer ser algo que ya lo fuimos, pero por querer alcanzar la felicidad, nos llenamos de casas, carreras, odios, derechos ajenos, sueños de gloria y dinero, creyendo que eso nos hace felices, cuando lo que nos hace felices es desligarnos de todo ello y darnos cuenta que somos felices a pesar de ellos.

Es como el relato mí­tico del Edén, en que no se dieron cuenta de que eran felices, pero buscaron algo más. Según los teólogos más novedosos, Adán y Eva no fueron expulsados, sino que ellos mismos salieron.

Quiero decir que somos felices por naturaleza. Lo que pasa es que por querer buscar algo más, creemos que se puede alcanzar, y que al llegar llegaremos a ser felices. Como dije, el problema es que nadie sabe qué es o cómo es la felicidad. Pero lo que sí­ sé, es que nos hace más infelices el endeudarnos por veinte años por una casa, o vender el alma para alcanzar “nuestros sueños”.

Si reconocemos que se puede ser feliz por naturaleza, de esa manera no hay obstáculos, y ni siquiera tenemos necesidad de perjudicar a los demás, porque no necesitamos nada ni a nadie para ser felices. Ya bien lo decí­a Jesús: “Dejen a los muertos que entierren a sus muertos”.