La próxima semana, se cumplirán los 90 años de la muerte de uno de los grandes pintores impresionistas franceses: Edgar Degas (París, 19 de julio de 1834 – 27 de septiembre de 1917).
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Regresar a Degas y, en sí, al impresionismo, es retornar a las bases del arte moderno.
Degas era un maestro de la realidad. Sus inicios dentro de la pintura, como casi todos los pintores franceses de la época, fue conseguir un trabajo dentro de un museo para copiar las pinturas ahí expuestas.
La suerte hizo que Degas copiara pinturas en el famoso museo de Louvre. Copiar con exactitud esos cuadros le fue creando un estilo. Sus primeras pinturas propias fueron dentro del arte convencional, con la cual se ganó el respeto de los artistas parisinos.
Degas vivió en los tiempos de la belle epoque de París, por lo que le hizo entrar en contacto con las teorías que profetizaban un futuro prometedor por el mundo, gracias a la ciencia y a la tecnología. Sin embargo, este encanto pronto se rompería. En 1870, se enroló a la Guardia Nacional para el final de la Guerra Francoprusiana, actividad que le obligó a abandonar la pintura.
Durante la guerra se detectó que era un pésimo tirador con rifle, explicado esto por problemas de visión que amenazaban con dejarlo ciego, preocupación que le acompañaría a lo largo de su carrera como pintor; se sabía de un compositor musical sordo como Beethoven, pero un pintor ciego…, aún suena imposible.
Al terminar la guerra, Degas ejerció la profesión de fotógrafo. Este oficio estaba causando furor en la belle epoque, pues consideraban que si la cámara fotográfica era el inicio de una época de inventos, ¡qué más podría deparar el futuro! (A lo que los vanguardistas respondían después: máquinas, armas, tanques, aviones de guerra, etc.)
En 1874, es uno de los organizadores de las exposiciones impresionistas en París. Degas participó en todas, menos en la última. La suerte quiso que en ese año perdiera a su padre, acción que dejó llena de deudas a la familia, por lo que Degas debió depender de su propio trabajo como pintor. Si no fuera por eso, probablemente hubiera continuado una vida tranquila y sin preocuparse por su creación.
Degas fue un pintor exitoso, aunque sus condiciones económicas nunca le llegaron a permitir con grandes lujos. Pero sí pudo darse el lujo de pintar lo que él quisiera.
El impresionismo fue esa primera reacción en contra de la realidad. A mediados del siglo XIX, en la literatura predominaban los relatos ultrarrealistas, como Le rouge et le noir de Stendhal, por lo que el gusto estético de la época era exponer fielmente la realidad.
Pero, ¿qué hacer con la pintura, un arte que estaba amenazado por la proyección de la fotografía que exponía más «fielmente» la realidad? Los impresionistas dieron la primera respuesta: «Se debe expresar la realidad no como es; ésta cambia según el punto de vista del espectador».
Por ello, los impresionistas empezaron a jugar con la luz. Sus cuadros cambian con respecto al ángulo de visión o según la luz del día.
Degas fue más allá. Prefirió los ambientes con luz artificial y, sobre todo, los ambientes con mucho movimiento (como las escenas de las bailarinas), o los antros, cocinas y lavaderos, lugares semioscuros, donde se pudiera ver el verdadero rostro de la gente.
He allí su obra, captando la realidad de la gente: sus rostros cansados, cotidianos, es decir, la gente verdadera, y no la artificial de la pintura clásica. He allí su gran aporte: la luz artificial de los bares y los salones de baile, descubrimiento que fue seguido por los postimpresionistas. He allí sus famosas bailarinas, que parecen moverse según baile la retina del ojo.