Algunos pedagogos, al abordar el fenómeno del analfabetismo, especialmente en América Latina, distribuyen a los iletrados en varios grupos, de manera caprichosa.
Según su particular criterio, en primera instancia se encuentran las personas que jamás aprendieron a leer y escribir.
Luego, los que asimilaron conocimientos rudimentarios de lectura y escritura; pero, transcurrido el tiempo, por falta de práctica se les olvidó.
Son analfabetas por desuso. Después ubican a quienes aprendieron a leer y escribir, y aunque no se desvaneció el aprendizaje por completo, sólo entienden los anuncios en la vía pública y de vez en cuando leen trozos de algún sencillo material impreso.
Otro grupo estaría integrado por los que saben leer “de corrido”, aunque no comprenden el contenido de algún documento especial de lectura relativamente compleja. Y finalmente sitúan al grupo de quienes disciernen perfectamente lo que leen, pero se hacen los babosos o desentendidos. Paradójicamente, es la mayoría de analfabetas que saben leer y escribir.
A mí me da la impresión que un numeroso sector de guatemaltecos conforman este último conglomerado, especialmente quienes en círculos familiares, amistosos o en tertulias, velorios, cantinas o formando filas en bancos, dependencias públicas, centros deportivos o de espectáculos se entretienen echando pestes del Gobierno, básicamente criticando abierta o entre dientes a funcionarios públicos, sobre todo a diputados y en términos generales a la casta política.
Pero no pasan de expresar su inconformidad por lo que ocurre en el entorno local, departamental o nacional, jurando que nunca más volverán a votar por “esos desgraciados, corruptos, sinvergüenzas, desvergonzados, miserables” y otro epítetos más groseros que por recato no reproduzco, añadiendo que “algo se debe hacer para echar de sus puestos a esa partida de ladronotes y huevones”, especialmente cuando se refieren a diputados y a burócratas de alto rango que se han enriquecido a la vista de la pasmada y aguantadora población.
Sin embargo, si se les sugiere, solicita o exhorta a suscribir un documento de protesta o a participar en una manifestación de repudio, siempre zafan bulto, esgrimiendo cualquier pretexto o diciendo que no les “gusta meterse en babosadas”; y cuando se acerca la fecha de las elecciones se aprestan para ir a depositar su voto a favor de candidatos impuestos por las cúpulas de los partidos, los financistas, el crimen organizado.
Y otra vez la burra al trigo. A repetir la historia, las mentadas de madre, los arrepentimientos, rencores, resentimientos, excepto si también logran subirse al atestado vehículo de la burocracia, incluyendo profesionales universitarios, militantes de izquierda, profundos analistas u ordinarios activistas en búsqueda de cualquier trabajo, e incapaces que quieren conservar el hueso.
Un ejemplo: la callada aceptación de los parches a las vacías leyes de transparencia aprobadas por el Honorable Congreso, incluyendo la Ley Electoral y de Partidos Políticos, a cambio de un puñado de quetzales a grupos de diputados de la respetable oposición.
(El escéptico Romualdo Tishudo leyó en la pared de la sede de un partido político este graffiti: -La ignorancia es temporal; la estupidez es para siempre).