Los balleneros nipones regresaron al puerto de Tokio tras una misión de varios meses en el Antártico calificada de «exitosa» por las autoridades, pese a las acciones de los ecologistas que alteraron considerablemente la campaña de pesca.
El «Nisshin Maru», el navío al frente de una expedición en la que participaron seis barcos durante cinco meses, amarró el martes en los muelles del puerto de Tokio con sus 143 tripulantes a bordo.
En seguida se empezaron a descargar los arpones y la carne de ballena congelada, que será vendida en los mercados de pescado.
La flota japonesa mató a 551 pequeños rorcuales, también llamados ballenas de Minke. Los cazadores contaban con apresar 850 ejemplares, así como 50 rorcuales comunes, los más grandes de la especie, pero no consiguieron ni uno solo.
La misión también pretendía matar a 50 ballenas jorobadas, pero la envergadura de las protestas internacionales logró que Japón abandonara la idea antes de la partida de los barcos.
Finalmente, la pesca fue peor de lo previsto «a causa de una serie de protestas marítimas que impidieron a la flota lograr sus objetivos», deploró Shigeki Takaya, un responsable de la Agencia de Pescas japonesa.
«Vamos a tomar medidas preventivas, recurriendo a procedimientos judiciales y a la cooperación internacional» para evitar que vuelvan a producirse este tipo de incidentes.
Según Takaya, no obstante, «podemos considerar esta misión como un éxito puesto que hemos podido continuar nuestras investigaciones», estimó, subrayando que Japón estaba «firmemente decidido a proseguir la pesca de la ballena que está fundada en un tratado internacional».
Una moratoria internacional está en vigor contra la pesca comercial de cetáceos, pero en cambio se tolera la caza con fines «científicos».
Una excepción sobre la que se apoya Japón para justificar sus campañas de pesca anuales, pese a vender después la carne de las ballenas.
Este argumento es denunciado como un pretexto por varios países, principalmente Australia, y por los ecologistas como la asociación Sea Shepherd, que hostigó a los balleneros durante toda su misión.
El barco de la organización, el «Steve Irwin», siguió a la flota japonesa por el Antártico y alteró su caza en repetidas ocasiones.
En enero, dos militantes se lanzaron al abordaje de un navío ballenero, que los apresó y retuvo durante dos días. Dos meses después, los activistas atacaron el «Nisshin Maru» arrojando mantequilla rancia, según los ecologistas, o ácido picante para los ojos, según los balleneros.
Finalmente, la asociación se felicitó de haber salvado a unas 500 ballenas.
Australia envió, por su parte, un navío de vigilancia militar para recabar pruebas contra una pesca juzgada ilegal.