Casi siempre, pero sobre todo cuando se sufre, se piensa que el dolor es inhumano. Sin embargo, a modo de realizar una defensa del dolor, éste es, probablemente, lo único que nos diferencia de los animales y las máquinas.
Obviamente, los animales también sufren, pero no les queda ninguna huella, por lo que, si mucho, les dejará experiencias negativas de las cuales aprender.
Pero en los seres humanos, el dolor nos hace conectarnos a nuestros más profundos sentimientos. Una vida de completo éxito haría que voláramos por las nubes, sin darnos cuenta de cómo es el mundo en los arrabales.
En la historia de la humanidad, el dolor ha sido motivo de reflexiones. El Cristianismo, la religión más extensa en el mundo, y con más matices, ha fundamentado su filosofía en el dolor, tal como su fundador habría padecido en la cruz.
í‰l mismo decía: «Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón y sus almas encontrarán descanso».
Fuera de la religión, otros pensadores han encontrado reflexiones muy valederas en las experiencias del dolor.
El escritor belga Maurice Maeterlinck, decía: «El dolor es el alimento esencial del amor; cualquier amor que no se haya nutrido de un poco de dolor puro, muere».
La escritora francesa George Sand decía: «Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor que muchas veces se llora de alegría».
Pero el que más reflexionó sobre ello, el poeta libanés Khalil Gibrán, escribía en su célebre obra Profeta, que «nuestra alegría es nuestro dolor sin máscara. Mientras más profundo cave el dolor en nuestro corazón, más alegría podemos tener. ¿No es la copa que guarda nuestro vino la misma copa que estuvo fundiéndose en el horno del alfarero?»
Sea, pues, esta una justificación para lo que podrá leer en estas páginas, una apología del dolor, en torno a su relación con el arte.