Traducida del tortugués por Julio Serrano
Un ruido extraño empezó a molestarme hace algunos días. Al principio pensé que podía ser uno de los que siempre escuchaba. Agudos, graves, más agudos o más graves. Pero la preocupación llegó cuando sentí junto al sonido un tremendeo un temblor.
Mi oído no es especialmente sensible, pero mi afición por enterrarme en la tierra húmeda me permitía no solo escuchar sino sentir los sonidos y los movimientos. Escuchaba con todo mi cuerpo.
Normalmente percibía a los animales de la superficie, sonidos armónicos o rudos, pasos fuertes o livianos, siempre en movimiento, se la pasaban bien.
Tanto tiempo de estar en esta cueva me enseñó a imitar algunos de los sonidos que emiten, por ejemplo, a veces escuchaba un fuerte rugido seguido de un pequeño temblor en la tierra, como si fuera una gran bestia llegando, un rechinido y luego un grito como un canto repetitivo que decía «Â¡el paaaaaaaaaaarqueeeeeeeeee!», o a veces «terminaaaaaaaaaaaal, teeeeeeeerminaaaaaaaaaaal». Luego de este grito se sentían pasos muy apresurados, con mucha prisa, como si huyeran de algo.
Los sonidos eran distintos siempre, algunos parecían cantos, otros, alaridos, en algunos casos parecían aullidos, sobretodo en días en los que llegaban en manadas.
Mi olfato era siempre un mejor investigador que mis oídos, aromas de los más extraños iban y venían en la superficie. En los mejores días un increíble aroma llenaba mi cueva, flores y humo de piedras que ardían, con el olor venían miles de miles de los habitantes de la superficie. Cargaban objetos pesados, la tierra vibraba fuerte. Otras veces sentía a cientos de ellos llegar, todos gritaban algo al mismo tiempo, pedían algo, exigían algo. Más de una vez su grito era angustiado, tenían miedo, yo también.
Ayer entendí de qué se trataba el ruido extraño que empezó a preocuparme. Eran piedras quebrándose, crujidos violentos, piedra contra piedra. La tierra temblaba muy fuerte y dejé de escuchar a los habitantes de la superficie. Cuando el sonido de las piedras estaba casi encima de mí vi caer parte de la pared de la cueva, un río de luz entró, fue entonces que recordé cuánto tiempo llevaba sin ver la luz.
Era la primera vez que tenía contacto con mis vecinos del piso de arriba. Uno de ellos entró por mí a la cueva. Su piel era oscura como la tierra, tenía pelaje en la cabeza y algo en el rostro, no tenía caparazón y se paraba en sus dos patas traseras. Era gigantesco, toda yo cabía en una de sus patas. Pensé que iba a devorarme, me escondí. Desde mi natural guarida escuché con más claridad los sonidos que durante largos días habían visitado mi cueva.
Me sacaron de la cueva y sentí muy fresca mi espalda y un calor intenso en el pecho. Sentía también la mirada de muchos de mis vecinos hasta entonces desconocidos. Uno de ellos dejaba caer agua sobre mi caparazón. Me atreví a salir, quise ver esa gigantesca selva con mis ojos, asustados por tanta luz. Una inmensa felicidad me invadió, estaba en la superficie.