Decente boticario víctima del capitalismo voraz


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Cuando hace cerca de 40 años con mi familia nos trasladamos a vivir en la colonia clasemediera donde todavía residimos con mi mujer y que logramos acomodarla a nuestras necesidades al haber adquirido otros lotes atrás de la vivienda, a fin de ampliar la construcción, para darle confortable cabida a los seis hijos que procreamos, conocí a don Meme (nombre ficticio, para evitarle más sinsabores), porque era el propietario de la farmacia instalada adyacentemente a la lotificación.

Eduardo Villatoro


Inicialmente, cualquier fármaco que necesitara lo compraba en efectivo en esa farmacia, ya fuera provisto con la receta prescrita por un médico o por la propia recomendación de don Meme, quien en muchas ocasiones era más acertado que ciertos  facultativos, de suerte que conforme el tiempo transcurrió nos convertimos en amigos que charlábamos en su negocio mientras un dependiente atendía a otra persona.

   Esa relación permitió que don Meme aceptara el pago con cheques; pero como  eventualmente yo estaba muy ocupado o fuera de la casa en mis labores de trabajador del periodismo o atendiendo mis estudios universitarios u otras tareas, alguno de mis hijos o la señorita que colaboraba en la casa se apersonaban en la farmacia para pedirle al boticario que proporcionara determinado medicamento para uso de alguien de la familia, pero al crédito, y entonces el amable farmacéutico apuntaba en una página específica de un cuaderno, en la que estaba escrito mi apelativo, el nombre de la medicina, el costo y la fecha.

   A fin de mes yo cancelaba la deuda, porque ya no le pagaba en el momento de comprar lo que necesitaba.

   Como soy afiliado al Instituto de Previsión Social del Periodista, que incluye entre sus beneficios los servicios de un eficiente médico internista y el reembolso de limitados gastos en fármacos, me sujeté a la resolución que una Junta Directiva de hace varios años dispuso, respecto a que la factura a nombre de esa organización gremial debería incluir un descuento del 15 %.  Poco después uno de los tesoreros de turno me “sugirió” que comprara los medicamentos con rebajas hasta del 35 %.

   Cuando le planteé este absurdo descuento a don Meme, me dijo muy apenado que lo que podía hacer era aumentarle el precio del fármaco y que inmediatamente aplicaría hasta el 60 % de descuento; pero que le parecía una práctica comercial antiética e inmoral.

   Al paso de pocos años las cadenas de farmacias con exagerados y artificiales descuentos se multiplicaron. La botica de don Meme quebró, porque su clientela fue seducida por la publicidad engañosa, al igual que centenares de pequeñas y medianas farmacias independientes, sujetas a las reglas del voraz y codicioso mercado capitalista fraudulento.

   El mismo destino le espera a otra pequeña farmacia que se encuentra camino a la casa donde vivo, porque, para mayor crueldad, a la par se estableció una amplia farmacia (que vende hasta herramientas) con descuentos excesivos.

   (Mi amigo Romualdo Tishudo me dice: ¡Pobrecito el representante de Agencias J. I. Cohen porque, según un campo pagado que publicó, esa desvalida empresa farmacéutica es difamada y calumniada por la Diaco y la PDH!).