Debemos repartirnos responsabilidades


El tema del narcotráfico y sus efectos en estos paí­ses es tremendo y devastador porque termina dañando a todos los niveles y destruyendo la capacidad del Estado cuando coopta a personas e instituciones. Muchos han hablado de la colombianización de Guatemala, especialmente al ver que cada dí­a es mayor el poder que tienen los grupos que trafican con la droga y que disminuye la capacidad de respuesta institucional.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Sin embargo, el problema del narcotráfico, en honor a la verdad, no es un problema intrí­nsecamente nuestro, sino que es un problema que nos cae a nosotros derivado de la creciente demanda de estupefacientes en otros paí­ses. Nunca hemos visto, por ejemplo, que los socios de Otto Herrera que distribuyen la droga en Estados Unidos sean capturados porque pareciera como si el problema está sólo al sur de la frontera. Si uno se dejara llevar por la dinámica de la guerra contra las drogas impuesta por la DEA y la administración norteamericana, pensarí­a que se trata de un tema que atañe única y exclusivamente a nuestros paí­ses y que somos nosotros los culpables del descalabro.

Pero vistas las cosas en su justa dimensión, nosotros estamos pagando los elotes que se comen otros, dicho en el mejor estilo chapí­n. Y así­ como es correcto que nuestros paí­ses asuman su responsabilidad en el tema de la migración, puesto que la misma se produce como consecuencia de que no podemos ofrecer a los habitantes de estos lugares las oportunidades que en justicia merecen, también debe ser correcto que en el tema del narcotráfico los norteamericanos asuman su responsabilidad y entiendan que por tanta demanda que hay allá, al norte de la frontera que literalmente nos divide, es que estos paí­ses terminan siendo violentos y corruptos porque es aquí­ donde florecen los carteles que no podrí­an operar ni acumular el poder que tienen, si no fuera porque adentro de los Estados Unidos funcionan otros carteles con igual o mayor poder que se encargan de la importación y distribución de la droga.

Yo pienso que el poder de esos carteles es mayor por una simple deducción: nadie los persigue ni los molesta. ¿Cuándo ha leí­do usted que alguien tipo Pablo Escobar o tipo Otto Herrera sea perseguido en los grandes puertos de entrada de la droga, donde se distribuye para abastecer ese inmenso mercado? ¿Cree usted que los carteles de aquí­ son los que actúan allá y, si así­ fuera, por qué no son detenidos y apresados allá sino que se captura a los capos que operan al sur de la frontera?

Así­ como nosotros le creamos un inmenso problema a Estados Unidos con la migración ilegal derivada de esa necesidad extrema de nuestra gente que busca allá mejores condiciones de vida, los Estados Unidos nos crean a nosotros un inmenso problema al no poder controlar la creciente demanda de drogas. Si no hubiera demanda no habrí­a ese floreciente negocio sucio y por lo tanto no se vale que toda la culpa parezca ser de los latinoamericanos cuando la raí­z del mal está en el otro hemisferio.

La idea de legalizar la droga, que irrita tanto a los norteamericanos, no deja de ser sensata desde el punto de vista de aquellos que ponemos los muertos en una guerra que no es nuestra.