Conforme se aproxima la fecha del arranque oficial de la contienda electoral que se habrá de dar en el presente año, si no cambia el escenario nacional, caemos en cuenta que lo que hasta ahora ha prevalecido como parte del discurso político, es la tendencia al empleo de técnicas de mercadeo. No hay, a mi juicio, propuesta alguna que responda a las preguntas básicas del «Â¿cómo?, ¿con qué?, ¿quiénes o quién?, ¿cuánto? y ¿cuándo?» se habrá de echar a andar lo que tan cacareadamente se está presentando en el marco de la «oferta» preelectoral.
Pareciera que quienes han dirigido el Estado en los últimos veinte años no se han querido percatar que con su actuar y con el de sus seguidores actuales, han dejado vía libre para la debilitación sostenida del mismo, hasta los extremos prevalecientes en los que la impunidad, la ineficiencia, incompetencia y tardía respuesta estatal a los requerimientos de los habitantes de nuestro país, es el sinónimo de lo público. El Estado de Guatemala está en crisis y el sistema político ?como parte de esa crisis? es deficiente a tal extremo que se desenvuelve en medio de sus propios afanes y peor aún, al margen de una respuesta política adecuada a la población.
De mantenerse esta situación, muy probablemente, se habrá de crear la sensación que hay que favorecer con el voto a tal o cual expresión política, no por mérito y capacidad propia, sino porque se ha demeritado a las otras «propuestas». El resultado de la conjugación de un escenario como el descrito, podría llegar a ser un pronunciado abstencionismo para el nueve de septiembre próximo. Con todo ello, se acentuará la debilidad estatal y se habrán de producir mayores escándalos y oprobiosas negligencias en deterioro de la propia población. Un círculo vicioso del que hay que salir a fuerza de empujar e impulsar el debate político y no la sola utilización de sofisticados mecanismos de mercadeo que enajenen y prostituyan el proceso electoral.
Es una responsabilidad inicial de los políticos en contienda, el ofrecer planteamientos serios, profundos y realizables en relación a la problemática nacional. Y también es una responsabilidad nuestra en tanto electores, el demandarles ese tipo de planteamientos. Hay una serie de tendencias exógenas y endógenas que apuntan a la desaparición de las actuales relaciones de los Estado-Nación y su transformación a otro tipo de interdependencias, también en menoscabo de nuestra ya empobrecida y explotada población.
Si nuestra clase política no promueve y articula un conjunto de acciones alrededor del debate programático de cara a la búsqueda de soluciones de la problemática del país, simplemente nos estará condenando a un fracaso aún mayor. Y la denominada «politiquería» habrá de triunfar en perjuicio del futuro que podríamos construir y que estaríamos estancando en el pantano de nuestras acentuadas debilidades como Estado y sociedad.