De triste mirada


«El niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse fí­sica, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así­ como en condiciones de libertad y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior del niño. (…) «El niño, para el pleno desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y material». Declaración Universal de los Derechos del Niño

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Tiene los ojos inmensamente tristes, aunque sus actos no lo reflejan. Es inquieto, burlón, mentiroso. Quizá miente porque quiere ser aceptado, por eso es también el payaso para los otros niños. Si se cae se rí­en y entonces pertenece al grupo; si es el valiente que altera el orden de la clase, todos lo admiran, eso dicen algunos, o eso cree él. En su soledad, en su pequeño mundo cargado de problemas, una suave palmada en la espalda, un ¡Qué pilas!, una sonrisa lejana es una caricia necesaria.

Casi nunca mira a los ojos y sus manos tiemblan. Cuando se asusta grita desaforadamente y por las noches moja la cama. Porque sí­, él a diferencia de otros niños tiene cama, casa, mas no un hogar, familia… De cierta forma. Una madre ausente, indiferente y en ocasiones grosera, un padre alcohólico, resentido y algunas veces violento.

Maestros que no lo comprenden, dedos que acusan, palabras que regañan, que gritan ¡nooooooooooo!

Tiene los ojos inmensamente tristes, pocos años y sus sueños se confunden con las mentiras heredadas en su casa. Tiene miedo, aunque no lo diga. Al abandono ¿Más aún?, a la violencia, a la muerte, al alcohol, a la locura, miedo al agua.

Algunos piensan que eso es normal, teniendo comida, casa y educación, hay que saber sobreponerse, aguantarse, «ya es hombrecito», dijo un pariente al contemplar el panorama. ¿Qué futuro le espera?, dictó la vecina con mirada acusadora, presagiadora, fatalista.

Tiene los ojos inmensamente tristes, una cicatriz en la ceja y la ilusión de que sus papás lo abracen, lo ayuden y cumplan sus promesas.