La masacre de Totonicapán marcó el rumbo. Sin duda, quebró la continuidad, estableció una fugaz forma diferente de enfrentar la conflictividad; estableció un límite, propició una nueva forma de enfrentar las crisis. Es bastante posible que así sea, ojalá. Totonicapán volvió a mostrar las raíces de Atanasio Tzul, reflejadas en la fuerza, el carácter y la decisión. Su lidereza Carmen Tacam también demostró que su liderazgo va más allá de la manifestación y demuestra que lo que quiere es un país distinto, una actitud diferente ante las demandas de un pueblo, un espacio para que se les escuche con seriedad, con detenimiento, con interés.
Igualmente el pueblo de Toto mostró su cordura, su inteligencia, su racionalidad, pero también su indignación en la marcha que convocaron para exigir investigación, para requerir justicia. Una marcha silenciosa, dolorosa, pero que mostraba con claridad que no se van a doblegar, e igualmente buscarán encontrar en el diálogo el instrumento para llevar las demandas de su pueblo hacia los más altos niveles de decisión de gobierno.
Aunque la masacre de Toto demarcó al ejercicio democrático, también evidenció las grandes contradicciones que existen cuando se trata de llegar a acuerdos. Uno de los movimientos más inmediatos que realizó el gobierno fue pedirle a la Comisión Nacional de Electricidad, CNE, que estudiara un mecanismo para modificar el pago de las personas individuales y con ello aliviar la presión que imponen las tarifas de electricidad que suben continuamente, sólo con un anuncio, fácilmente (este mecanismo talvez sería el mejor impuesto. Se anuncia el incremento, se implementa y los consumidores a pagar, no hay pataleo que valga).
Efectivamente la CNE hizo su trabajo y sentó en la mesa de negociación a la ANAM y también a los Alcaldes. La dificultad para llegar a un acuerdo fue notoria, la rigidez en los rostros de los representantes de la ANAM y de los Alcaldes, denotaba su molestia, su desacuerdo, su insatisfacción y su negativa. Poco les importó lo que pasó en Toto, para ellos esa realidad social rebasa sus posiciones y además afecta seriamente sus ingresos.
Los Alcaldes saben bien que ellos estando a cargo del cobro del servicio eléctrico, elaboran un promedio del costo total de la factura y lo dividen entre sus habitantes y le cobran a cada uno, una parte alícuota o pareja para todos, generando una serie de arbitrariedades pues paga tanto un comercio, una gasolinera como una casa modesta. La idea es pasar a un cobro porcentual, un cálculo sencillo: cada quien paga lo que consume, pero para ellos, no debe ser así, porque sus ingresos merman considerablemente y su posibilidad de negocios se reduce significativamente.
Seguramente, la situación demandaba mayor capacidad de negociación; implicaba aceptar perder financieramente para ganar socialmente; significaba mejorar la calidad de vida de una población contra el olvido; llegaba a apreciar la vida humana con respecto a intereses particulares y hasta insensatos. Ojalá pueda la presión, porque evidentemente pedir una visión más humana ante un evento como el del pasado 4 de octubre con estas autoridades resulta sin sentido, sin razón.
Y parafraseando el título de la pieza de marimba de Julio César del Valle: Toto-Guate, la distancia entre el noble pueblo de Totonicapán busca reducirse por medio de una actitud democrática que demanda concesiones se polariza ante la frialdad de los ingresos municipales por el cobro de electricidad. Ojalá, impere al final, la necesidad de avanzar en democracia, pero buscando encontrar respuestas ante tantas preguntas; pretendiendo cubrir necesidades que resultan ancestrales; concibiendo el juego democrático como una forma de encontrar la articulación del conflicto y no la condición del conflicto. De Toto a Guate debería ser lo mismo que de Guate a Toto, pero no es así.