De todo hay en la viña del Señor


Leyendo ayer la columna del obispo Mario Alberto Molina me llamó la atención la forma en que él califica a los medios de comunicación por la cobertura que han dado al escándalo provocado por Fernando Lugo en Paraguay. Dice monseñor Molina que quienes dan cobertura a esa noticia caen en una de dos categorí­as: o los que le quieren hacer daño a la Iglesia o quienes desean vender más periódicos o aumentar su audiencia y por ello divulgan el escándalo.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Se queja el obispo de la generalización en que se incurre, pero él mismo está generalizando al considerar que los medios de comunicación únicamente publican las noticias por esas dos razones que él sostiene. No cabe la menor duda que hay en la Iglesia más sacerdotes correctos que sinvergí¼enzas y que abundan los pastores buenos. Yo conozco a muchos de ellos y hace pocos dí­as estuve a visitar a uno en su lecho de enfermo. El padre Manolo Velásquez, jesuita que dedicó su vida a trabajar en Guatemala, está enfermo y lucha por recuperar la salud perdida. Como él hay muchos sacerdotes que sin vacilaciones han sabido cumplir con sus votos y dedican su vida a hacer el bien.

Yo soy de la opinión que no hay peor cosa que el espí­ritu de cuerpo que hace que muchos cierren filas cuando alguien del gremio comete errores o hace algo muy malo. Lo critiqué en el Ejército cuando se produjeron las violaciones de derechos humanos y en vez de admitir la existencia de excesos y hacer que los culpables asumieran la responsabilidad, se enconcharon todos para encubrir los hechos con la idea de que habí­a que preservar la institución. Y cuando veo la forma en que la Iglesia, especialmente su jerarquí­a, ha actuado para ocultar los casos escandalosos con la idea de que publicarlos hace daño a la institución, veo que la actitud es exactamente igual.

La realidad es que, al menos desde mi punto de vista, es fundamental prevenir que algunos sacerdotes o religiosos puedan abusar de la autoridad moral que ejercen sobre menores para abusar sexualmente de ellos. No estoy diciendo que sea la norma ni siquiera que eso suceda en la mayorí­a de casos, sino que entiendo que se trata de las excepciones a la regla, pero que no se pueden ni deben tolerar por el daño moral que para toda la vida causan a las ví­ctimas de ese comportamiento criminal.

El problema no se resuelve si lo escondemos bajo la alfombra y si evitamos hablar del mismo. Me ha llamado la atención que en las misas que frecuento se endurecen los ataques contra los medios de comunicación y los sacerdotes los culpan de los males de la humanidad, pero no se hace ninguna mención, ni siquiera de refilón, al problema evidente y que todo el mundo conoce del comportamiento anormal de un obispo como Lugo. Cabalmente en el Dí­a del Buen Pastor, este fin de semana, hubiera sido saludable escuchar una condena a los malos pastores, que también los hay, en vez de crí­ticas a los medios de comunicación que, al fin y al cabo, simplemente informan de hechos, por desagradables o escandalosos que resulten. Pero el escándalo no lo hacen los periodistas, sino el escándalo está en el comportamiento de quien hizo votos de castidad y desfloró a cuanta jovencita le resultó atractiva.

Tiene razón Molina al decir que hay pastores buenos, pero admitir la existencia de malos y condenarlos es algo que le harí­a mucho bien a nuestra Iglesia.