Hay una especie de vanidad en el corazón de los seres humanos que conduce al deseo de no morir jamás y permanecer jóvenes y bellos siempre. Por donde abra los ojos en el mundo del arte y la literatura verá plasmada esa voluntad de eternidad y belleza, pocos quieren envejecer y, peor aun morir. Por eso resulta extraño el suicidio y algunos filósofos lo juzgan como el único y real problema de la filosofía.
Aun con todo, siempre hay rarezas en el mundo. No sólo hablo de gente que desea quitarse la vida y se tira desde un puente, se envenena, se corta las venas o se pega un tiro en la cabeza, sino también de gente que le fascina, por ejemplo, verse mayor. ¿No ha visto gente así de extraña que siente rechazo por los años juveniles? Ahora le cuento una experiencia personal.
Por mucho tiempo hice cualquier cosa con tal de verme mayor: me dejé crecer la barba, el pelo, la barriga, pero sobre todo me junté con «veteranos de guerra». A los de mi edad los consideraba «patojos» e «imberbes», inmaduros con los cuales sentía secretamente un sentimiento de piedad al verlos tan díscolos y desubicados en la vida. Yo no pertenecía a esa raza, no me identificaba con ellos y miraba incluso en sus escritos un aire adolescencial que presentía que algún día cambiarían (con los años, me decía).
Mis novias también fueron mayores que yo, las escogía (como mínimo) diez años por arriba de mi edad. Así, resulté siendo papá de hijos a los que quería pero que no eran míos. Eran hijos que tenían mi edad y, en ocasiones, incluso mayores que yo, pero patojos al fin. En aquel entonces no me imaginaba salir con una mocosa de mi edad (nótese que tenía 28 años), las sentía superficiales y con poco o ninguna experiencia de vida ?como si yo la tuviera tanta?.
Es extraño eso de buscar ser mayor y angustiarse por aparentarlo en un mundo que alaba la belleza de los años tiernos. Pero, bueno, admitámoslo, hay gente rara en este mundo. Quién sabe si esto se trata de un caso de baja autoestima, pero hay que dejar a los psicólogos que se pronuncien y den su veredicto. Ahora las cosas han cambiado porque no tengo necesidad de aparentar estar viejo, lo soy. Tengo 38 años y ya no tengo que fingir llevarme bien con los «veteranos» amigos. Entiendo los problemas de impotencia, considero a los que se enferman con regularidad y hay una enorme facilidad para tener conversaciones largas sin aburrirme. En la universidad las jóvenes me miran como una persona mayor, me llaman señor, licenciado y me tratan de inmediato de «usted». Me debo ver tan lejos de ellas que incluso me he convertido en «consejero» de algunas, me tienen confianza y me citan tranquilamente para tomar café y conversar de sus cosas. Por sus mentes no pasa, me parece, ni peregrinamente algún «mal pensamiento». Yo soy ese señor bueno de fiar. Hasta mis estrategias de flirteo han caído en desuso, las miradas coquetas, los roces semivoluntarios, las tomadas de mano para leer el futuro (porque finjo ser un experto en esas cosas) nadie las toma en serio.
A cambio de todo eso, puedo conversar ampliamente con señoras de 45 años para arriba. Puedo resultar chistoso, agradable y hasta simpático (con suerte). A esta edad es lo único que queda: buscar ser agradable y gustar de otro modo ?no como en los años juveniles?. Y si lo ha notado, incluso mis artículos ya quieren dejar de parecer (si alguna vez lo fueron) juveniles. Ya quiero dejar de escribir sandeces ?quizá como este artículo? y ser más maduro y serio. De vez en cuando añoro ser joven, ese que nunca quise ser, y darme de nuevo la oportunidad para reescribir mi historia, pero creo que ya no tengo tiempo.