Ubicar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, no es una concesión de la sociedad a este grupo mayoritario de la especie humana. Es un reconocimiento que las mismas mujeres han instituido y es logró concreto de la lucha que por siglos han realizado grupos de mujeres en distintas épocas y en distintas regiones de la Tierra. Es un día dedicado a evidenciar la lucha de las mujeres, así como hay fechas para patentizar la lucha de los pueblos indígenas, las conquistas de la clase trabajadora, los derechos de la niñez y la juventud o la diversidad sexual. Lo que demuestran estos días conmemorativos es que existen grupos de la humanidad que han sido discriminados, explotados y marginados por las distintas sociedades mundiales y que estos grupos oprimidos se han movilizado para cambiar esa condición de opresión. Diversas luchas en busca de justicia.
Por el contrario, no existe una celebración mundial por los derechos de la burguesía o un día del terrateniente. ¡Menos mal, sólo eso faltaba! Tampoco se celebra el día internacional de las empresas transnacionales o el día nacional del orgullo varonil. Estás tres: burguesía, transnacionales y «hombres», son expresiones humanas que han construido un sistema de privilegios para sí mismos por sobre los derechos de otros y otras. La historia lo demuestra, la oportunidad de quiebre es nuestra. La afirmación de que el mundo está dominado por una visión patriarcal, gerontocrática, de supremacía blanca y de explotación hacía la clase trabajadora, tiene fundamento y evidencia en las asimetrías que cotidianamente sufren las mujeres, los pueblos indígenas, y los sectores empobrecidos en cada país. Otra afirmación indiscutible para Guatemala es que: ser mujer indígena pobre, es ser sujeta de una triple opresión, concretizada en los peores índices de analfabetismos, acceso a educación, salud, participación política, goce de derechos, ocio y placer.
La clásica consigna: «Este día no es de fiesta, es de lucha y de protesta», se hizo realidad los pasados sábado y domingo en distintas ciudades y localidades del mundo. En América Latina las posiciones y reivindicaciones de las mujeres se dirigieron a la lucha contra la violencia hacia las mujeres, el acceso a servicios, la reforma agraria y la soberanía alimentaria, así como a la igualdad en las oportunidades de participación social, económica y política.
Pero, ¿de qué se quejan las mujeres? Si los hombres de verdad queremos encontrar las respuestas, estás se encuentran en las voces de las mujeres, que por lo general no habíamos querido escuchar: en las voces de las hijas, de las madres, de las abuelas, de las esposas y compañeras de vida. Durante siglos las voces de las mujeres estuvieron acalladas y amordazadas, pero eso ¡Ya no es así! Las luchas feministas y por los derechos de las mujeres han dado pasos tan certeros y contundentes que nada ni nadie podrán silenciar sus voces nuevamente. Y la sociedad machista está asustada. Se tambalea uno de los pilares que sostiene la desigualdad en el mundo: el silencio de las oprimidas está llegando a su final. El imperio contraataca. El imperio de los machos acosa, violenta, intimida y asesina.
El Estado debe brindar protección a cada una de las guatemaltecas que habitan dentro y fuera del país. Ellas no se duermen en falsas esperanzas, y están empujando, por medio de la organización a distintos niveles, la aplicación de la ley contra el femicidio y otras formas de violencia contra la mujer. Usted estimado lector, ¿de qué lado está? ¿Está del lado del silencio y la oscuridad o acompaña la lucha de las mujeres y le apuesta a una sociedad con justicia y equidad?