De predicadores y polí­ticos


Creo firmemente en la necesidad de un Estado laico, que respete las religiones, pero que no se apoye en la subjetividad de los mensajes bí­blicos ni en predicadores para justificarse frente a la carencia o ausencia de eso que se llama moralidad.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

En lugar de buscar principios en las palabras de quienes se consideran a sí­ mismos: «voceros de la palabra divina», o «intérpretes de la voluntad de Dios», los diputados de este paí­s, deberí­an buscar su fortalecimiento moral, cí­vico y polí­tico en la cultura y en la práctica de la honestidad. El estudio de las ideas polí­ticas; de la conducta de los verdaderos lí­deres que han dejado huella en el mundo; así­ como el estudio de nuestra historia y, por sobre todas las cosas, el trabajo honesto y libre cuyo horizonte debe ser la canalización de los intereses verdaderamente populares, tendrí­a que ser el mejor foco de motivación para su accionar polí­tico.

Una de las salidas más fáciles para quienes se reconocen como entes disfuncionales es recurrir a la religión, o a los sermones condenatorios y «motivacionales» de corte dogmático y eminentemente subjetivo para sentirse bien hoy y verse bien ante el prójimo, sobre todo si ese prójimo está constituido por votantes potenciales.

Me parece patético ver a nuestros flamantes congresistas con el gesto de niñas quinceañeras en plena comunión o de mí­stico medieval en el clí­max del éxtasis frenético, al escuchar las perogrulladas de siempre, en boca de merolicos de la fe.

Nuestra Nación necesita polí­ticos serios que asuman su papel con la responsabilidad que sólo la preparación académica y la vida moral pueden dar. Las payasadas decoradas con la retórica de la fe cristiana en sus manifestaciones más aberradas y aberrantes desdicen su madurez y capacidad para interpretar el mundo y la realidad para la cual legislan.

La Nación y la polí­tica deben tener otros asideros, y no los mismos que por siglos, las mentes puritanas y cachurecas de nuestro pueblo han tomado y retomado para fundamentar sus minúsculas vidas y sus intrascendentes actitudes polí­ticas.

El Estado y el Gobierno deben ser laicos, siempre.