Cuando el candidato presidencial Mario Estrada escogió la música que usaría en su campaña no tenía ni la menor idea de lo que se nos venía como consecuencia de la crisis económica mundial. De aquel «no te preocupes mi vida, ya vienen tiempos mejores» no queda sino el pegajoso sonsonete porque sí que hay motivo para preocuparnos porque lo que se vienen son dificultades que tendremos que ir encarando con mucha madurez y reconociendo la vulnerabilidad que plantea la situación social del país.
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Siendo un país tan desigual, con tan escaso desarrollo humano y con niveles tan altos de pobreza, careciendo como carecemos de programas sociales dignos de tal nombre, es de entender que si ahora tenemos ya un serio problema alimentario que, afortunadamente, es causa de vergí¼enza para el vicepresidente Rafael Espada, no hay que ser genio para entender que la crisis mundial nos va a pasar una factura demasiado alta y que mientras los grupos más acomodados tendrán que apretarse el cinturón, los más empobrecidos tendrán simplemente que dejar de comer porque lo que ganan ni siquiera les alcanza para garantizar la compra de alimentos suficientes.
Esta mañana, escuchando la entrevista que le hicieron Juan Luis Font y Felipe Valenzuela al presidente Colom, me llamó la atención que el gobernante no mostrara signo alguno de preocupación por lo que se le viene al país. Escuché a un mandatario que habló de lo hecho y de lo que se propone como si no existiera ningún nubarrón en el horizonte, sobre todo tomando en cuenta que la orientación que quiere darle a su gobierno es justo para mejorar las condiciones de toda esa gente cuya perspectiva hoy es empobrecerse más. Y esa tendencia a no reconocer la magnitud de la crisis me hace pensar que en el fondo se ha comprado la idea expresada en su momento por la Presidenta del Banco de Guatemala, de que no nos va a ir tan mal con la recesión norteamericana ni con el alza constante de precios de insumos tan importantes como los derivados del petróleo.
Obviamente la crisis actual no es culpa del Gobierno ni nadie puede ser tan insensato para responsabilizarlos por el alza de precios que se da en prácticamente todos los aspectos de la economía. Políticamente y desde el punto de vista más demagógico, se puede explotar la carestía para atacar a las autoridades y ya vimos cómo en España, por ejemplo, la oposición quiso aprovechar el tema para atacar al Gobierno, pero la población no se tragó la patraña por más que en esas circunstancias todos nos preocupemos más por ver quién la paga y no quién la debe.
Pero también hay que entender que debemos tomar medidas, dentro de nuestras limitadas posibilidades, para aminorar el impacto de la crisis y en esa burbuja creada con la idea de que no estamos tan expuestos, que nuestra dependencia de la economía mundial no es tan significativa como para que nos preocupemos, impide que se adopten políticas realistas que protejan a quienes más van necesitando del socorro en estas circunstancias.
No creo que haya ya muchos economistas que nieguen la existencia de un descalabro de la economía norteamericana por mucho que se resistan a llamarla recesión. De hecho, las complicaciones actuales ya han provocado efectos y todo apunta a que los mismos irán creciendo en los próximos meses y el Gobierno tiene que prepararse para lo peor, para manifestaciones populares de descontento porque aunque nuestro pueblo es muy paciente y aguantador, el hambre que aprieta se vuelve un muy mal consejero. Y sobre ese tipo de escenarios tiene que trabajar hoy el Gobierno, porque no son algo que esté muy lejos y ahora sí que vale la pena preocuparse.