Las noticias no pueden ser más desalentadoras con respecto a la economía mundial, puesto que ayer se produjo una especie de hecatombe que generó explosiones en cadena. Difícil saber si el precio del petróleo subió por la debilidad creciente del dólar o el dólar se devaluó más por el alza del petróleo. El caso es que mientras se anunciaba en Estados Unidos un incremento tremendo en el desempleo, creció de la mano la desconfianza de los consumidores y se desplomó la bolsa de valores que perdió en una jornada casi 400 puntos.
Todo ello repercutió en el mundo entero y las bolsas de todos los países se resintieron y los agentes económicos dieron gracias a Dios que el sopapo fuera en viernes porque la inactividad del sábado y domingo puede ser un elemento para calmar la agitación que hay en todos los mercados de futuros. Pero difícil pensar que pueda realmente cambiar la situación si no hay razones para suponer que se puede revertir la tendencia y, por el contrario, todo apunta a que sigamos en esta espiral que nos está llevando a situaciones que agobian.
Justo el día antes de esta debacle, escuchábamos al Vicepresidente decir que no había que alarmarse porque ya el petróleo estaba bajando y que había sido informado de una baja importante. Ayer no habló el doctor Espada, pero suponemos que se debe haber ido de espaldas porque su alentadora visión optimista respecto al futuro se hizo añicos al ritmo que bajaban las acciones en la bolsa y subían las cotizaciones del crudo.
Cuesta entender cómo es que nuestros funcionarios quieren aparentar optimismo cuando lo que en realidad muestran es una ignorancia casi absoluta del contexto mundial porque nadie, salvo los funcionarios guatemaltecos, está apuntando a una solución rápida a la crisis. Por supuesto que, como toda crisis, sabemos que es pasajera, pero lo que nadie sabe es cuánto nos costará la crisis hasta que logremos superarla aunque, eso sí debiera saberse, países como Guatemala que carecen de sistemas de protección social coherentes, recibirán mayor impacto porque es obvio que nuestra gente pobre está menos protegida y que la clase media baja, que hacía esfuerzos enormes por salir de la pobreza y satisfacer adecuadamente sus necesidades, tendrá un retroceso que puede enviarles de nuevo al contingente de la pobreza.
Es preciso entender que la dimensión del problema es muy grande y que tenemos que estar preparados para mayores complicaciones porque todo el mundo las está sintiendo. Un país como el nuestro, dependiente en forma absoluta del petróleo, tiene que sufrir las consecuencias de una crisis como la que vivimos y hay que adoptar medidas internas para defendernos. Olvidar la locura de amarrar al quetzal al dólar para que se devalúen juntos es un primer paso obligado que la autoridad monetaria tiene ya que adoptar.