De los galgos y los podencos


Las fábulas son desde la antigí¼edad un recurso muy utilizado para dar lecciones en forma muy sencilla y comprensible utilizando relatos en los que intervienen personas o animales para producir una moraleja final. Tomás de Iriarte escribió una fábula que él llamó «Los Dos Conejos» y que relata cómo un conejo volaba despavorido huyendo de unos perros de caza cuando, de pronto, de su madriguera salió un compañero que le preguntó qué ocurrí­a. Sucede, le dijo, que dos galgos me vienen corriendo y el otro le respondió que estaba equivocado, que no eran galgos sino podencos.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

El que escapaba de los perros se detuvo y ambos se trenzaron en una disputa porque mientras el primero sostení­a que los que lo perseguí­an eran galgos, el otro decí­a que eran podencos. Mientras discutí­an sin ponerse de acuerdo, llegaron los perros de caza y se comieron a los dos conejos. El fabulista querí­a dar a entender, y así­ lo pone en su moraleja, que no hay que entretenerse en cuestiones de poca monta cuando hay peligros latentes.

Pues en esta fábula he pensado ahora que leo comentarios sobre la expresión del Presidente respecto a que el crimen organizado, el narcotráfico y el crimen común son la misma cosa. «Es cuestión semántica», sentenció lapidario nuestro mandatario para poner fin al tema y ello ha provocado reacciones de comentaristas que cuestionan la lucidez del presidente Berger para enfocar el problema de la criminalidad que tanto daño le ha hecho no sólo a su gobierno, sino que al paí­s en general.

Nadie ha dicho ni creo que nadie piense que el presidente es experto en cuestiones semánticas y a la larga, igual que con los galgos y los podencos, lo mismo da que nos mate la bala disparada por un miembro del crimen organizado que la disparada por alguien que es un «delincuente común». Lo que importa, en todo caso, es que existan mecanismos para combatir al crimen en todas sus manifestaciones y que las autoridades tengan claro por qué Guatemala ha llegado al extremo en que ahora estamos.

Si la impunidad igual funciona para el delincuente común que para el sicario contratado por el crimen organizado, no hay esperanza de que el paí­s vaya a resolver sus problemas y menos lo hará si como única respuesta recurrimos a «expeditar la justicia por propia mano», sea por la ví­a escuadrones de la muerte que hacen limpieza social o por los linchamientos.

Claro está que le podemos bajar el cuero al mandatario por su desafortunada expresión, pero al final de cuentas nos distraemos de las cuestiones de fondo. Importante es, por ejemplo, que el Gobierno reconozca o niegue la existencia de limpieza social, puesto que ello sí­ es decisivo para saber cómo van a dirigir los cuerpos de seguridad ahora que cambian las autoridades a cargo del Ministerio y de la Policí­a Nacional Civil. Importante es, además, entender que la raí­z del problema está en la impunidad que existe y que alienta no sólo a los criminales comunes, sino estimula el crimen organizado y facilita que en los aparatos de seguridad del Estado se organice el crimen, supuestamente con la «buena intención» de hacer una limpia en la sociedad para eliminar malos elementos.

En ese sentido tiene razón el Presidente. A un conejo lo mismo le da que se lo coma un galgo o un podenco. A otro, lo mismo le tiene que dar que su dolor de cabeza sea por el crimen organizado o por la delincuencia común, pues mientras se ponen de acuerdo, seguirá corriendo sangre.