De la pena de muerte. A propósito de Saddam Hussein


La muerte es un fenómeno natural y complemento de la vida. La vida no serí­a tal, si no existiera el hecho de la muerte que, en tiempo cósmico y a la vez, es la garantí­a de la continuidad de la vida. El control que se puede tener sobre ambos fenómenos está determinado por la cultura y la historia, sin embargo la humanidad se encuentra lejos, de tener el control absoluto sobre los mismos. Mientras tanto, vida y muerte seguirán teniendo explicación sólo en el ámbito metafí­sico.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

Lo anterior nos lleva a la consideración de que, siendo la vida y la muerte en buena medida, un misterio, ambos fenómenos están asociados í­ntimamente a la religión, a la ética y por supuesto a la filosofí­a. Al tener poco entendimiento sobre lo que en realidad son en sí­ mismos, nos tenemos que conformar con interpretaciones acerca de lo que significan en cada momento histórico que a la humanidad le toca vivir. De ahí­ que en tiempos históricos distintos, tanto la vida como la muerte han tenido significados también distintos, aunque siempre bajo parámetros o principios universales como el respeto, que significa no meter las manos en aquello que no comprendemos del todo y que constituyen realidades (las más extremas y radicales) a las que todos los hombres nos enfrentamos.

La polí­tica y el derecho nada han aportado sobre el entendimiento de estas realidades; históricamente han normado a favor o en contra de la vida y la muerte atendiendo únicamente a lo contingente de cada momento o a los intereses prevalecientes en cada coyuntura, situación por demás irresponsable si atendemos lo que para los seres humanos significan esas dos realidades extremas y complementarias que signan toda nuestra existencia.

En el caso especí­fico de la pena de muerte, es notable ver cómo la conciencia de su abolición se acrecienta cada vez más en los paí­ses que más han sufrido en carne propia la violencia de las guerras, de genocidios y cuyas instituciones polí­ticas han pasado por procesos lentos de maduración y en los que, por otra parte, sí­ se toma muy en serio el respeto a la vida y a la muerte. Una revisión cuidadosa de los argumentos a favor y en contra de la pena de muerte, nos revelarí­a fácilmente que la conciencia humana cada vez se inclina más por la abolición de la misma con argumentos mucho más sólidos que los utilizados para favorecerla. La pena de muerte es a estas alturas una aberración histórica de las sociedades que menos respetan la vida y por consiguiente, que menos desarrollo cultural y humano tienen.

Si bien puede ser que alguien asesine con todos los agravantes del caso, jamás será motivo suficiente para aplicar la pena de muerte, porque la sociedad o las instituciones se toman un derecho totalmente arbitrario que no ha tomado en consideración y para nada, argumentos éticos ni filosófico-metafí­sicos, solamente fácticos y polí­ticos. Combatir y castigar la violencia, la crueldad o la muerte, con la muerte es contraproducente porque el castigo resulta igual que lo castigado. En todo caso, aunque quien delinque no respete la vida, las instituciones o sociedades no pueden aplicar el castigo que, por principio es igual al que aplicó el delincuente. El principio supremo, en todo caso debe ser el respeto a la vida y a la dignidad de sea quien sea.

Matar es vergonzoso y sólo demuestra la incapacidad de los hombres para administrar justicia.