De «La mujer en el baño» o de la ironí­a del reino femenino


Vannesa Núñez Handal

Un buen libro para darse una idea sobre la historia de las mujeres y el feminismo es «Solas» de Carmen Alborch, sobre todo en su segundo capí­tulo «La soledad y las mujeres».


Casi al final de dicho capí­tulo, y luego de hacer un interesante recorrido literario, fí­lmico y plástico del camino transitado por las mujeres en su lucha por la igualdad, la autora -española, doctora en derecho, ex ministra de cultura de España y actual diputada? menciona la obra «Mujer en el baño» (1963) de Roy Lichtenstein.

Y yo, como buena alumna, la busqué en Google Images y me sorprendí­. No por la obra en sí­, que a primera vista no presenta dimensiones que intriguen al observador, sino por la representación que el autor hace de una época: aquella en que la mujer dejó de verse a sí­ misma como la mediadora de la felicidad familiar y social, y comenzó a vivir su propia vida, teniendo valor por sí­ misma y no por lo que representara en la vida de otros.

Se trata de una de las primeras pinturas pertenecientes al arte pop de los años 60″s, y en ella Liechtenstein utilizó una técnica que en aquel momento era nueva, al menos para el arte, pero que ya habí­a sido utilizada por algunos medios, como los comics: los puntos Benday.

Y es que el arte pop buscaba exaltar la cultura popular formada por la televisión, la publicidad y explorar los ví­nculos que existen, indudablemente, entre el arte y aquella. Se trataba de una forma de reacción y crí­tica a la sociedad de consumo que ya por los años 60´s habí­a comenzado a emerger.

Y a la mujer, en aquel entonces, le tocaba el aburrido, poco productivo y monótono papel de la ama de casa profesional, controladora de su hogar e insaciable consumidora, a quien la publicidad le vendí­a prototipos de sí­ misma y que ella se esmeraba por adoptar sin éxito.

Esta obra, que en la actualidad forma parte de la colección del museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, es una especie de «madonna pop», en palabras Alborch. Fue creado en un momento en que Estados Unidos se encontraba en una etapa de expansión y bonanza económica. Se trataba de un presente esplendoroso, facilitado por los electrodomésticos (lo cual implicó prácticamente la abolición de la esclavitud de las amas de casa), el surgimiento del rock (con el consecuente rompimiento con la rí­gida moral y educación de las décadas que antecedieron), la idealización de una juventud cada vez más alargada (inicios del endiosamiento que hoy experimentamos hacia la adolescencia y todas sus botox-consecuencias), la invención de la pí­ldora anticonceptiva (que permitirí­a la libre disposición del cuerpo a las mujeres), el surgimiento de una clase media capaz de consumir productos a una velocidad nunca antes vista (antecedente del capitalismo voraz que recién acaba de irse de bruces), el surgimiento de la opulencia como atractivo capitalista (que aún sigue produciendo sus consecuencias y despilfarros como Dubai, las Vegas, etc. mientras en Latinoamérica y ífrica miles de niños mueren por desnutrición), el nacimiento de la publicidad como un medio de manipulación de masas, etc.

No faltó, claro está, el que señaló que la obra de Lichtenstein no pasaba de ser una viñeta agrandada. Y sí­, si se mira con simpleza, es así­. Pero la historia demostró finalmente que su estética era ideal y llamativa para comunicar el mensaje. Dibujos de cómics denunciando a la cultura y la sociedad de los 60″s, era pues una especie de cucharada de su propia medicina.

Y el tema de la mujer, bastante tratado a lo largo de la historia del arte, y que también lo fue para los artistas pop, no podí­a dejarse por fuera en esta época de reacomodo social y cultural.

Los colores utilizados para retratar de forma frí­a y desapasionada el perfil de una mujer que demuestra su placer al darse un baño, son elementales y primarios: azul, rojo, amarillo y sus mezclas. Se trata de una mujer absolutamente satisfecha con las pequeñeces que podí­a ofrecerle su mundo: un mundo perfecto, donde no habí­an riesgos que correr, ni metas que alcanzar. Donde la rutina era el modus vivendi de las amas de casa que debí­an ser felices por eliminar el sarro de bañeras y lograr «un blanco más blanco» en las ropas de su familia.

La crí­tica de esta obra es entonces evidentemente feroz y su técnica simplista tiene un fin. En él se busca plasmar heroí­nas modernas en actitudes estereotipadas: amas de casa que con sonrisa amplias que aceptan (¿resignadas o irónicas?) un mundo en el cual sólo cuentan como «sirvientas» del sistema patriarcal y capitalista.

En esta obra de arte moderno es la sencillez de esa vida la que es mostrada mediante una técnica simplista de puntos. La simpleza de vida que las mujeres de los 60´s debieron soportar luego de que en los años 50´s se fraguara todo un complot para devolver a las amas de casa a sus hogares, después de las dos guerras mundiales. Una vida que provocaba la eliminación de la mujer como persona, condenándola a la soledad y la más absoluta frustración, sin que su existencia pudiera llegar a ser algo interesante o satisfactorio.

Los puntos Benday, siguen siendo pues muy representativos de la problemática que hoy dí­a enfrentamos las mujeres en un mundo que admite los progresos femeninos, siempre y cuando, claro, no éstas no pretendan dejar de ser un comic y pasar a ser arte universal. Donde a la mujer se le admiten los progresos siempre y cuando éstos no sean superiores a los del marido. Donde la simpleza de sus reivindicaciones son tomadas a la ligera, pero que poco a poco van cobrando forma e implantando un concepto al que pocos podrán restarle el valor, como ocurrió, a la larga, con esta obra de Liechtenstein.

FICHA Tí‰CNICA

Alborch Bataller , Carmen. «Solas: Gozos y sombras de una manera de vivir»

Madrid: Planeta Pub Corp, 2006. 247 páginas. ISBN 8484604810

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